¿Dónde está Dios?

Ya sea por la cantidad de dinero en nuestra cuenta bancaria o por las formas en que se manifiestan la «madre naturaleza» o la «gloria del cielo», la búsqueda de señales de la presencia de Dios en el mundo natural ha sido una práctica común en nosotros. Por milenios, las explicaciones que se han dado para los miles de fenómenos físicos, desde la salida del sol hasta el cambio de estaciones, han estado relacionadas con los caprichos de dioses imaginados que actúan tanto dentro como a través del mundo creado; sin embargo, conforme se ha ampliado nuestro conocimiento, es probable que la acertada sustitución de la superstición por la ciencia haya ido demasiado lejos. ¿En dónde está Dios cuando la ciencia contiene la siguiente cortina del entendimiento físico?

Con la apertura de cada nueva cortina ha llegado la creciente sensación de que todo puede ser explicado a través de medios naturales. El materialismo ha reemplazado todo sentido de propósito espiritual para la vida humana. Para el humanista, preocuparse por encontrarle un propósito a la vida es simplemente un vestigio de su ignorancia pasada. No es de extrañar, entonces, que conforme se llenan las lagunas de nuestra comprensión del mundo físico, cualquier significado histórico que alguna vez dimos a los misterios de la naturaleza queda desechado para siempre. Una Teoría del Todo no dejaría lugar a ninguna laguna.

Cuando el apóstol Pablo escribió que «las cualidades invisibles de Dios [el Creador]… se perciben claramente a través de lo que él creó» (Romanos 1:20, NVI), no estaba sugiriendo que Dios de alguna forma habita en el mundo natural. A diferencia de sugerencias antiguas e incluso modernas de que Dios se encuentra en la estructura y la belleza de los árboles, las estrellas, los átomos o incluso el «alma» humana (o, como un cosmólogo lo describe, «el alma del mundo»), la Biblia no ubica a Dios en ninguno de esos lugares.

Así como cualquier objeto diseñado y producido por un ser humano no contiene a un ser humano (el tostador no contiene a una pequeña cocinera en su interior), la creación no contiene a su Creador. Uno esperaría no encontrar a Dios dentro de este universo; no hay ninguna «partícula de Dios». El Creador no reside en lo creado, por lo que no es de sorprender que la ciencia no lo haya encontrado. Ver toda teoría científica como una ventana al propósito fundamental de Dios para los seres humanos es, ciertamente, un uso incorrecto de la ciencia.

Dios existe más allá de este universo, fuera del alcance de nuestros sentidos o instrumentos físicos. De hecho, el Dios de la Biblia ocupa un reino espiritual que no es visible ni está sujeto a las fuerzas o a la química de la existencia física. La expectativa de ver su presencia es similar a la expectativa de poder ver las señales de televisión con nuestros ojos y sin ninguna ayuda: ambas están fuera del alcance de la detección humana.

Así como nuestros sentidos no están debidamente sintonizados para ver la totalidad del espectro físico, tampoco podemos sentir físicamente la realidad espiritual que es la causa y el fundamento de nuestra existencia (1ª Corintios 2:14).

En oposición a la insistencia científica de que el universo carece de significado —que es mera física sin propósito—, lo que sí encontramos son diseños inexplicables y fuerzas irreconciliables que hacen posible la vida. «La física cuántica no demuestra la existencia de Dios» señala el filósofo Jean Staune; «sin embargo, nos lleva con un gigantesco paso de un materialismo que descartaba la existencia de Dios hasta una posición en la que, sobre una base científica, podemos empezar a comprender el concepto de la existencia de Dios».

Puede ser que la ciencia algún día logre conciliar las cualidades físicas que hoy parecen incompatibles —por ejemplo, combinando la relatividad con la teoría cuántica—, pero ¿ese logro podrá, de alguna manera, establecer relaciones correctas entre los seres humanos? ¿Podría eso conducir a la humanidad a lo que Einstein propuso como un «nuevo modo de pensar» o proveer la conducta y los juicios necesarios para generar una armonía humana permanente?

La respuesta yace en comprender que la creación es un espacio físico para el perfeccionamiento de una condición espiritual: el carácter humano. Éste es un ámbito difícil y doloroso debido a que hemos elegido el método de descubrimiento experimental para determinar qué funciona y qué no, y hemos visto muchas fallas debido a que nos negamos a buscar el punto de vista de nuestro Creador respecto a un carácter correcto.

El reto sigue siendo el de ahondar más en las cualidades de las que escribió Pablo, cualidades de un carácter apropiado para la eternidad que no están limitadas ni por el tiempo ni por las circunstancias y que, como la velocidad de la luz, son invariables. Para encontrar a Dios debemos ampliar nuestro marco de referencia personal a fin de incluir tanto las formas de la creación como las de su Creador.