Los Años en el Desierto

El pueblo de Israel dejó la esclavitud en Egipto con la promesa de ser libres en tierra propia. Solo si fueran capaces de pensar más allá de las circunstancias de su escape, fueron limitados con la vida en el desierto de la que pronto se vieron rodeados. Un viaje que pudo haber tomado aproximadamente 11 días desde el Sinaí, terminó durando casi cuatro décadas. El motivo se hará claro mientras continuamos con la historia en los libros de Levítico y Números.

El libro del Éxodo nos cuenta que habiendo atravesado milagrosamente, de otra forma imposible de pasar, la masa de agua—en el que sus perseguidores los egipcios se ahogaron—el pueblo de Israel prontamente se quejó de la falta de alimentos y agua potable. Liberado más de una vez de estas crisis por la intervención milagrosa de Dios, y habiendo recibido las leyes por las cuales su sociedad funcionaría, su tarea inmediata era erigir la tienda o tabernáculo donde Dios había dicho que Él habitaría entre ellos. Andando el tiempo, después de mucho trabajo en un medio ambiente difícil, «así, en el día primero del primer mes, en el segundo año, el tabernáculo fue erigido» (Éxodo 40:17). Casi un año había transcurrido desde el Éxodo.

«Levítico es la continuación directa de lo que precede al final del Éxodo, y la narrativa al final de Levítico continua directamente en Números… El libro completo de Levítico cubre solamente un mes».

Adele Berlin, Marc Zvi Brettler y Michael Fishbane (EDS.), The Jewish Study Bible

«Y EL SEÑOR LLAMÓ»

El libro de Levítico en el Español es nombrado a causa de la tribu de Levi, la familia de donde de donde salieron los sacerdotes. Los hebreos le llaman Wa yikra («Y el Señor llamó»), como la referencia del primer versículo en donde Dios solicita a Moisés que se reúna con Él. El libro establece los requisitos para el pueblo de Dios en cómo vivir vidas en devoción a Él y sus caminos. Definido esto por reglas que gobiernan todos los aspectos de la vida y adoración, incluyendo las ofrendas, el sacerdocio, el tabernáculo, los alimentos, la higiene, la sociedad e interacción sexual, los días santos, la propiedad y el descanso de la tierra, el perdón de las deudas, cuidado de los menesterosos, así como el cuidado de los siervos.

«Levítico trata de las múltiples funciones del sacerdocio… Aunque su papel educativo se extiende por todo el libro: Los sacerdotes bíblicos enseñó al pueblo lo que Dios requería de ellos».

Baruch A. Levine, The JPS Torah Commentary: Leviticus

Un código notable y de amplio alcance de la conducta, con la intención de dirigir a una sociedad teocrática—una gobernada por el Dios mismo. De muchas maneras su nivel de ilustrada preocupación, sobrepasa los preceptos actuales sociales y económicos. Inclusive, el código habla sobre la devolución de la tierra y su propiedad al endeudado una vez cada 50 años, al igual que leyes concernientes a la restitución de la libertad individual—cláusulas que ninguna sociedad moderna ofrece en la actualidad. Si el pueblo de Israel y sus descendientes escogían no seguir estas leyes, sufrirían las consecuencias de la desobediencia y el retiro de las bendiciones de Dios hasta que reconocieran su error y enmendaran sus caminos (Levítico 26).

La intención del código era el ser un modelo para otras sociedades, Moisés lo pondría en claro cuando repitiera las reglas mientras la gente se preparaba para entrar a la Tierra Prometida: «Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta» (Deuteronomio 4:6). Aun hoy, mucho después de que la teocracia de Israel ha terminado, las reglas dan resultados positivos cuando son seguidas por individuos, pues en su intento son universales. 

«Y ÉL HABLÓ»

El título en español del libro de Números se centra en los dos censos mencionados que se llevaron a cabo en cualquier extremo del libro y separados por casi 40 años. En el hebreo el título Wa-yedabber («Y Él habló») se refiere a Dios hablando con Moisés al principio del versículo del libro. Esto fue el comienzo del segundo mes del segundo año después de abandonar Egipto. El libro generalmente es más conocido dentro de la literatura judía como Bemidbar, de la palabra utilizada en el mismo versículo y significado «En el desierto». Números es la crónica de la vida de los israelitas durante las cuatro décadas de su peregrinar entre la escasa vegetación del desierto antes de entrar a su nueva tierra.

El libro consta de tres secciones: la primera (Números 1:1–10:10) solo abarca los 19 días que tomó contar y organizar a la generación del Éxodo para partir a la región del Monte Sinaí; la segunda parte (10:11–22:1) abarca los próximos 38 años de su peregrinar; en la tercera sección (22:2–36:13), los israelitas acampan y son contados por segunda vez en las planicies de Moab en preparación a su entrada a la tierra de Canaán.

La lista anterior de hombres en Israel de 20 años para arriba, por tribu (Números 1:46), produjo un total idéntico a aquel dado cuando abandonaron Egipto: 603,550 (véase Éxodo 38:26). Significa que al principio de 2 a 3 millones de personas vivieron como la comunidad de Israel en el desierto. El número de hombres de acuerdo al segundo censo 38 años después había disminuido por menos de dos mil (Números 26:51). Estos jóvenes varones constituían la armada de Israel en caso de guerra. La tribu de Levi estaba exenta del censo pues su papel era el de proteger y cuidar del tabernáculo (1:47–53), tanto al acampar como cuando los israelitas viajaban.

Las 12 tribus estaban dispuestas en forma ordenada alrededor del tabernáculo según el orden de su viaje. Agrupadas a los cuatro puntos cardinales, viajaban guiadas por Dios. Lo hacía colocando una nube sobre el tabernáculo durante el día y la noche mientras permanecían acampados, y removiéndola cada vez que iban a viajar. «O si dos días, o un mes, o un año, mientras la nube se detenía sobre el tabernáculo permaneciendo sobre él, los hijos de Israel seguían acampados, y no se movían; mas cuando ella se alzaba, ellos partían» (9:22; véase también 10:14–28).

Se hicieron dos conteos de los varones levitas de forma separada. En el primero se contaron aquellos de un mes de nacidos en adelante (3:15) y se determinando su cantidad y clanes, así como la clase de servicio que irían a proveer. No todos los levitas eran sacerdotes, este papel estaba reservado para una rama de la tribu a través de Aarón, a quien los otros levitas asistirían en el trabajo de servir al pueblo (3:1–9; 8:19). Una función sacerdotal en particular, era la de solicitar una bendición sobre Israel de vez en cuando: «El Eterno te bendiga, y te guarde; el Eterno haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; el Eterno alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz» (6:24–26).

Un segundo conteo de levitas entre las edades de 30 a 50 años proveía la mano de obra para transportar el tabernáculo y su contenido en los viajes de Israel (4:1–49).

PARTIENDO DEL SINAÍ

Bajo la guía de Dios, los hijos de Israel dejaron el Sinaí cerca del final del segundo mes en el segundo año después de haber abandonado Egipto. El próximo acampado prolongado sería en el Desierto de Paran (10:11–13), solo que primero pasarían por duras experiencias traídas una vez más por quejarse en contra de Dios. Después de viajar durante tres días, el pueblo comenzó a murmurar. En Tabera («arder»), se encendió fuego del Eterno, y consumió, pero como resultado de la oración de Moisés a Dios, el fuego se extinguió.

«Las pruebas físicas del desierto y el acoso psicológico de sus acusadores desgastaron su paciencia [Moisés] sacudieron su estabilidad, y llenó de fayas su función. Aun así… permanece como un líder por excelencia».

Jacob Milgrom, The JPS Torah Commentary: Numbers

Sin embargo, las quejas continuaron. La «mezcla» de gente no israelita que se vinieron con ellos de Egipto desearon de las comidas que ya no eran posibles, y pronto su actitud se les pegó a los israelitas: «Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos» (11:5). Después de todo, estaban limitados a «solamente», el alimento milagroso (mana) provisto regularmente. Su muestra de ingratitud ofuscó a Dios y desanimó a Moisés, al punto de darse por vencido (versículo 15).

Esta vez, Dios proporcionó tanta carne con las perdices que venían en dirección de un viento marino, que los israelitas se la pasaron recogiéndolas día y noche. Solo que tan pronto comenzaron a engullirlas, algunos de aquellos que se habían quejado y deseaban carne lo encontraron detestable y fueron heridos por una plaga, el lugar fue nombrado Kibrot-hataava («Sepulcros de codicia»).

En la próxima parada, Hazerot, Aarón y su hermana, Miriam, sucumbieron a una actitud criticona y de orgullo hacia Moisés. Sin embargo Moisés permaneció humilde y no trató de defenderse a sí mismo. Dijeron, «¿Solamente por Moisés ha hablado el Eterno? ¿No ha hablado también por nosotros?» (Números 12:2). Los hermanos de Moisés encontraron motivos para criticar a su hermano, porque su esposa era etíope y debido a su jerarquía. Lo que se ve claro es que si Moisés estaba equivocado por tener dicha esposa, no hay indicación de parte de Dios. Por el contrario, la actitud de Aarón y en particular la de Miriam contra el siervo de Dios airaron al Señor, a tal grado que Miriam fue afligida con una enfermedad de la piel y fue sacada del campamento por siete días. Únicamente después de que pasaron los siete días, los israelitas levantaron el campamento y fueron a un lugar más permanente en el desierto de Paran. Seguramente le dio a cada uno oportunidad de considerar el inherente peligro de criticar y desafiar al siervo de Dios.

UNA MIRADA A LA TIERRA PROMETIDA

A la orden de Dios, Moisés envió representantes de las tribus a reconocer la Tierra Prometida. Después de 40 días regresaron a Cades con uvas, granadas e higos—como evidencia de la productividad de la tierra (13:17–26). Sin embargo, la mayoría de los espías se tornaron negativos hacia la tierra, informando sobre los habitantes como fuertes y de gran estatura, grandes ciudades y bien fortificadas. Solo dos espías, Caleb y Josué, seguros estaban que los israelitas deberían proceder porque Dios estaría con ellos.

El informe negativo prevaleció, y el pueblo se hundió en quejas una vez más, esta vez en contra de Moisés, Aarón y Dios. Inclusive sugirieron designar a un nuevo líder para que los llevara de regreso a Egipto, «Y se quejaron contra Moisés y contra Aarón todos los hijos de Israel; y les dijo toda la multitud: “¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos! ¿Y por qué nos trae el Eterno a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto?”» (14:2–3).

Caleb y Josué hablaron de la fe en Dios y la confianza en Él de entregarles la tierra que había prometido. Estos apelaron, «Por tanto, no seáis rebeldes contra el Eterno, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está el Eterno; no los temáis». Esto sólo trajo el impulso antagónico de la congregación de apedrearlos (versículos 9–10). En ese momento Dios hizo conocer su presencia en el tabernáculo, pronunciando que Él no quería tener nada más que ver con los israelitas y crearía una nueva nación en Moisés. Moisés suplicó a Dios por los israelitas, y dios se ablandó, diciendo que simplemente no le permitiría a esa generación (mayores de 20 en adelante) entrar a la tierra. En cambio morirían en el desierto, y sus hijos les heredarían «[la] tierra en donde fluye leche y miel» (versículo 9). Caleb y Josué serían librados y, junto con la nueva generación entrarían en la tierra después que 40 años hayan pasado:«Conforme al número de los días, de los cuarenta días en que reconocisteis la tierra, llevaréis vuestras iniquidades cuarenta años, un año por cada día; y conoceréis mi castigo» (versículo 34).

Incluso entonces, algunos de los rebeldes asumían seguir adelante e inmediatamente entrar en la tierra, reconociendo su pecado pero rechazando la decisión de Dios. Como resultado, «descendieron el amalecita y el cananeo que habitaban en aquel monte, y los hirieron y los derrotaron, persiguiéndolos hasta Horma» (versículo 45).

MÁS REBELIÓN

Otro ataque muy grave en el liderazgo que Dios había establecido—por ende a Dios mismo—también vino de la tribu de Levi, en complicidad por algunos de la tribu de Rubén. En esta ocasión Coré, ayudado por Datán, Abiram y 250 líderes, conspiraron contra Moisés y Aarón (16:1–2). La acusación hecha contra los dos hermanos fue que «¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está el Eterno; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?» (Versículo 3). Está claro que los levitas aquí implicados no estaban contentos con el importante papel que se les fue dado y querían preeminencia. Moisés les dijo, «¿Están buscando también el sacerdocio?» Su opinión fue, de por supuesto, basada en la envidia y los celos hacia Moisés y Aarón.

Lo que sucedió después fue un enfrentamiento en el que Dios dejó en claro que la rebelión no sería tolerada entre Su pueblo. Convocando a los rebeldes a una reunión al día siguiente en la puerta del tabernáculo, Moisés dijo que debían traer incensarios llenos de fuego para quemar incienso. Ahí Dios decidiría entre ellos y el linaje de Aarón. El suelo se abrió bajo Coré, Datán, Abiram y sus familias, y dejaron de existir; el fuego devoró a los 250 jefes que los habían apoyado—nuevamente, un resultado desastroso y una terrible advertencia a aquellos que se comporten de manera presuntuosa dentro del orden estructurado que Dios había establecido para beneficio de los israelitas (Versículos 31–35).

Seguramente esta trágica conclusión pondría fin a la queja. Solo que, «El día siguiente, toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón, diciendo: “Vosotros habéis dado muerte al pueblo del Eterno”» (versículo 41). Al pueblo le faltaba el descernimiento para ver el error en las acciones y razonamiento de los rebeldes. Para aclarar que existía una estricta división de servicio entre los sacerdotes y otros levitas, Dios le pidió a las 12 tribus que trajeran una vara y las tendieran delante de Él. La vara de Levi debía salir de la casa de Aarón. Al siguiente día, la vara de Aarón había retoñado y producido almendras, mostrando la preferencia de Dios de su linaje para el sacerdocio. «Y el Eterno dijo a Moisés: “Vuelve la vara de Aarón delante del testimonio, para que se guarde por señal a los hijos rebeldes; y harás cesar sus quejas de delante de mí, para que no mueran”» (17:10). La vara de Aarón fue conservada como un fuerte recordatorio de la elección de Dios de su casa como sacerdotes de Israel. 

EL PRECIO DE LA DESOBEDIENCIA

En algún lugar ya cercano el momento en que los hijos de Israel entraron en su nueva tierra, se hizo evidente que Moisés, Aarón y Miriam no estarían entre ellos. Miriam murió y fue enterrada en Cadés (20:1). Poco después, Moisés y Aarón enfrentaron otro incidente de rebelión por los israelitas demandando agua. Ahora ellos, también, cometieron un trágico error.

Instruido por Dios de golpear una peña para que de esta fluyera agua, Moisés airadamente dijo: «¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?» (Versículo 10). Porque él dijo que él y Aarón estaban realizando el milagro («os hemos»), perdió cualquier posibilidad de entrar en la tierra. Dios les dijo, «Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado» (versículo 12).

El pecado, por el cual ambos morirían, se describe más adelante como un desafío contra Dios. Justo antes de la muerte de Aarón en el monte de Hor en el año 40 después del Éxodo (Números 33:38), dijo Dios, «Aarón será reunido con su pueblo, pues no entrará en la tierra que yo di a los hijos de Israel, por cuanto fuisteis rebeldes a mi mandamiento en las aguas de la rencilla» (20:24). Cuando llegó el momento de que Moisés muriera, Dios le explicó una vez más: «por cuanto pecasteis contra mí en medio de los hijos de Israel en las aguas de Meriba de Cades, en el desierto de Zin; porque no me santificasteis en medio de los hijos de Israel» (Deuteronomio 32:51).

El libro de los Salmos menciona este incidente en términos de la responsabilidad que los israelitas mismos conllevaron en el pecado de Moisés: «También le irritaron en las aguas de Meriba; Y le fue mal a Moisés por causa de ellos, Porque hicieron rebelar a su espíritu, Y habló precipitadamente con sus labios» (Salmos 106:32–33).

El continuo fallo de los israelitas de confiar en Dios en sus necesidades diarias como alimentos y agua, fue una vez más evidente cuando se desanimaron en el camino a la tierra de Moab. En esta ocasión criticaron directamente a Dios mismo: «Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano”» (Números 21:5). Una vez más Dios tuvo que castigarlos, esta vez en forma de «temibles serpientes» (versículo 6).

El precio por fallar en darle la preminencia y respeto a Dios, es cogiendo el orgullo y el protagonismo en su lugar, es evidente a través de Números, tanto en las actitudes rebeldes entre el pueblo como en la falla de liderazgo.

«En contraste con la falta de la fe de la generación del Éxodo, la siguiente generación es caracterizada por fidelidad y coraje; es exitosa en batalla y considerado digno de conquistar la tierra prometida».

Jacob Milgrom, The JPS Torah Commentary: Numbers

AL BORDE DE LA TIERRA

Entre Cades y Canaán descansa la tierra de Edom, un territorio habitado por descendientes de Esaú, el hermano de Jacob/Israel. Moisés les pidió permiso para pasar por su tierra y fue rechazado (20:14–21). Esto hizo necesario girar hacia el sur y luego tomar un rodeo bordeando la frontera oriental de Edom. A lo largo del camino los israelitas tuvieron que luchar contra varios nativos y sus reyes, incluyendo a los cananeos en Arad, los amorreos bajo Sehón, y los refaitas bajo Og (21:1–13, 21–24, 33–35). En cada caso Dios libró a los israelitas, trayéndolos a las planicies de Moab y las tierras altas donde se puede ver el Valle del Jordán desde el este (22:1). Ahora estaban a punto de comenzar la parte final de su viaje. La próxima vez, los preparativos para la entrada en la Tierra.