Juan: Acercándonos al Fin

El apóstol Juan estaba viviendo al cierre del siglo I cuando escribió las tres cartas con su nombre y después el libro del Apocalipsis. Como vimos la última vez, la iglesia que Jesús había fundado se encontraba bajo ataque desde el exterior por parte de maestros gnósticos. Juan consideró necesario exponer su error explicando que la verdad, el amor y la luz realmente moran.

En lo que resta de su primera carta, habla de dicha interrupción como la muestra de que los tiempos del fin habían comenzado y que la sociedad humana tendría que ser transformada. Sus cartas segunda y tercera también abarcan temas que se relacionan con el fin de la era, como lo hace el libro de Apocalipsis.

Convencido de que el fin estaba cercano debido a que falsos maestros se habían multiplicado y algunos de los creyentes estaban haciendo caso de sus ideas engañosas, Juan emitió una advertencia y un recordatorio de la verdad: «Hijitos, ya es la última hora, y según vosotros oísteis que el anticristo se viene, así ahora han surgido muchos anticristos. Por lo tanto sabemos que es el último tiempo» (1 Juan 2:18, Reina Valera 1960).

La confusión sobre la enseñanza es una señal del fin de los tiempos. Generalmente, los falsos maestros no suenan como engañadores. Juan dice que el ejemplo final supremo de un falso maestro conocido como el Anticristo, o «anti-Cristo», está por llegar. Pero debido a que este acontecimiento se encuentra aún en el futuro y la mentira es una pandemia en el sistema mundial, entonces, los anticristos (en plural), precursores del postrer maestro, proliferarán mientras tanto. A veces estos, por el momento, se encuentran incluso dentro de la Iglesia: «Ellos salieron de nosotros, pero no eran de nosotros. Si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros. Pero salieron para que fuera evidente que no todos son de nosotros» (versículo 19). Dichos individuos continuaran yendo y viniendo mientras la Iglesia exista.

¿Cuál es la intención de un anticristo? Sin duda, es conducir a las personas lejos de Cristo mediante el engaño. Para contrarrestar cualquier tentación a seguir, Juan alienta a sus lectores, recordándoles de su vocación y de sus bienes espirituales adquiridos. En primer lugar, es el Espíritu Santo quien les ha abierto sus mentes a la verdad. Señala, además, que cualquier persona que se presenta como un maestro y niega que Jesús es el Cristo también niega al Padre y no se encuentra en su longitud de onda espiritual para nada (versículos 20-23).

Es importante durante esos ataques recordar enseñanzas fundamentales: «Que permanezca en ustedes lo que han oído desde el principio. Si lo que han oído desde el principio permanece en ustedes, también ustedes permanecerán en el Hijo y en el Padre. Y ésta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna». Juan continúa diciendo que la unción del Espíritu Santo nos protege e informa nuestra mente contra la falsedad. Así que los creyentes deben «permanecer» en Cristo, es decir, continuar viviendo en él, permanecer con el Maestro (versículos 24-27).

Manteniendo esa relación resultará en la seguridad de su regreso: «Y ahora, hijitos, permanezcan en él para que, cuando se manifieste, tengamos confianza, y cuando venga no nos alejemos de él avergonzados. Si saben que él es justo, sepan también que todo el que hace justicia ha nacido de él» (versículos 28-29). La práctica de una vida recta, yendo por el buen camino, separa al verdadero seguidor del gnóstico, quien es un creyente de falsedades y que, como consecuencia, habitualmente vive de forma incorrecta.

¿CUALES HIJOS?

La verdad es que ciertamente Dios llama a los creyentes de manera especifica y les imparte el conocimiento correcto. Meramente, esta es una de las razones por la que son desconocidos en el mundo. Una falta de conocimiento de Dios y su camino significa que aquellos que no le siguen no pueden identificar a los que lo si lo siguen (1 Juan 3:1).

La forma futura y eterna del pueblo de Dios es aun desconocida. Mas como Juan lo señala, serán semejante al resucitado Cristo a su retorno: «Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él porque lo veremos tal como él es». Este conocimiento debe llevar al creyente a vivir una vida de una continua mejora espiritual (versículos 2-3).

Juan compara esto con las actividades de aquel que no está dedicado a seguir el camino de Dios. Dicha persona en efecto es hijo del adversario y por costumbre vive al margen de la ley de Dios. El pecado se define como vivir fuera de la ley, y como lo señala Juan, Cristo murió para que el pecado pudiera ser perdonado: «Todo aquel que comete pecado, quebranta también la ley, pues el pecado es quebrantamiento de la ley. Y ustedes saben que él apareció para quitar nuestros pecados, y en él no hay pecado» (versículos 4-5). El creyente no practica el camino equivocado de vida. La opción es ya sea ser un hijo de Dios o un hijo del archiengañador, el diablo, cuyas obras Cristo vino a anular: «Todo aquel que permanece en él, no peca... El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto se ha manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios» (versículos 6-9).

En resumen, Juan recuerda a los lectores que la forma original de vivir correctamente enseñados por Cristo incluye el amor al prójimo. Dice, «En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, ni ama a su hermano, tampoco es de Dios» (versículo 10).

AMOR FRATERNAL

Para explicar más sobre el amor fraternal desde la perspectiva de Dios, Juan lleva a su audiencia por todo el camino de regreso al comienzo de la civilización humana: «Éste es el mensaje que ustedes han oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano eran justas» (versículos 11-12).

Envidia de la vida correcta de su hermano y la culpabilidad de sus propias fallas causaron a Caín el asesinar a su hermano. Siempre sucede de esta forma. La maldad no puede soportar la justicia. Por lo tanto «Hermanos míos, no se extrañen si el mundo los odia. En esto sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida: en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en la muerte. Todo aquel que odia a su hermano es homicida, y ustedes saben que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él» (versículos 13-15).

La voluntad de Cristo de morir por los demás nos debe motivar a sacrificarse por el bien de los demás. Esto define el amor divino: «Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (versículos 16-18). Juan hace hincapié en que el significado práctico de amar en lugar de odiar a nuestros hermanos y hermanas es que les proporcionemos para satisfacer sus necesidades. Y así como Pablo colega del Apóstol Juan señaló años antes, esto comprende llegar a toda la humanidad, primero a la Iglesia y después a todos los demás (Gálatas 6:10).

«Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos».

1 Juan 5:3, RVC

Ahora bien, Juan trae lo que ha dicho hasta el momento a una conclusión. Señala que el verdadero amor de hermanos y hermanas creyentes debería darnos confianza ante Dios. No tenemos que temer, porque Dios está pronto para perdonar y también para bendecirnos por vivir de acuerdo a sus mandamientos y creer en Cristo (1 Juan 3:19-24).

AMPLIANDO EN LAS ENSEÑANZAS BÁSICAS

«Juan introduce el Espíritu de Dios en preparación para lo que va a ampliar en lo siguiente: ¿Cómo distinguir el Espíritu de Dios del espíritu del anticristo, y lo que el Espíritu de Dios produce en las personas?» (1 Juan 4:1).

Es importante en tiempos de confusión de creencias saber como discernir entre la verdad y el error. Una forma con respecto a Cristo, dice Juan, es determinar si una persona acepta que él provenía de Dios y vivió como un ser humano: «En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios» (versículos 2- 3a). Si existe una negativa de que Cristo vino en la carne, entonces «este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo» (versículo 3b).

Juan reafirma el hecho de que la Iglesia sabe la verdad, y que el mundo conoce a los suyos, al decir, «Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye. Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error» (versículos 4-6).

Juan introduce la siguiente sección con la idea que, porque Dios ama a sus hijos, estos deberían amarse unos a otros. Una de las razones por las que Juan ha sido llamado el apóstol del amor es que escribe mucho sobre ello. Sin embargo, él, junto con su hermano, fue nombrado inicialmente por Cristo, «hijo del trueno». Vemos evidencia en su vida de cómo el Espíritu de Dios trabajando en las personas las moldea y cambia con el tiempo, si le permiten que trabaje en ellos. Juan se convirtió en el apóstol del amor: «Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor» (versículos 7-8).

«El que no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor».

1 Juan 4:8, RVC

El amor de Dios por la humanidad se puso de manifiesto por su disposición al enviar a Su único Hijo para pagar el castigo por el pecado humano, sacrificando su vida en nuestro lugar. Si Dios puede mostrar su amor a ese grado, ¿no deberíamos ser capaces de amarnos unos a otros en esta vida? (versículos 9-11).

Juan pone en claro que aunque nadie ha visto a Dios, él se manifiesta en el amor que ha sido perfeccionado en su pueblo. Este es el resultado de su Espíritu en acción. Aun mas, Juan sabía que su creencia en Jesucristo estaba basada en su experiencia personal como testigo: «Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios» (versículos 2-15).

Regresando al tema del amor, su conexión con Dios, y la bendición de una mente libre de culpa y miedo, Juan escribe: «Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo» (versículos 16-17). Jesús se mantiene firme en el amor del Padre, y los creyentes también lo hacen. Esto debe dar confianza a medida que viven la vida en este mundo. No hay ninguna necesidad de miedo partiendo de esta base, ya que «el perfecto amor echa fuera el temor. Porque el temor tiene que ver con castigo, y el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor». Juan añade, «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (versículos 18-19).

Continua señalando la hipocresía de pretender amar a Dios y continuar odiando al prójimo: «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano» (versículos 20-21).

Para definir el amor de Dios, el apóstol lo relaciona con creer en Cristo como hijo de Dios, así como guardar los mandamientos: «Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos» (1 Juan 5:1-3). Si bien a Juan se le conoce como el apóstol del amor, este no esta en contra de la ley. De hecho define al amor en términos de guardar los mandamientos.

A continuación, señala que el pueblo de Dios está excepcionalmente dotado para vencer los efectos de vivir en este mundo apartado de Dios, porque tiene los mandamientos de Dios, al Hijo de Dios y la fe en Dios (versículos 4-5).

HUMANO, NO OBSTANTE NACIDO DE DIOS

Retomando el tema que Cristo vino al mundo y murió como un ser humano y como Hijo de Dios—en oposición contraria a la enseñanza agnóstica—Juan señala lo siguiente: «Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre —; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu... da testimonio, porque el Espíritu es la verdad» (versículo 6).

Es importante señalar aquí que esta no es una discusión acerca de la Trinidad. Esa discusión no era parte del pensamiento de Juan o de hecho pensamiento del Nuevo Testamento. Observe la traducción que sigue: «Tres son los que dan testimonio, y los tres están de acuerdo: el Espíritu, el agua y la sangre» (versículos 7-8). Es decir que Jesús—como hombre pero también como Hijo de Dios—es atestiguado por el Espíritu Santo y por lo tanto hay acuerdo. Este es un conocimiento espiritual, no ideas humanas. Así que Juan le añade el contexto de las enseñanzas gnósticas, «Aceptamos el testimonio humano, pero el testimonio de Dios vale mucho más... El que no cree a Dios lo hace pasar por mentiroso, por no haber creído el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida» (versículos 9-12). Los incrédulos no tienen la posibilidad de vida eterna a menos que en algún momento lleguen a creer.

Todo esto nos indica que Dios es quien ha dado testimonio de que Jesús es Su Hijo quien murió, y que el Espíritu de Dios nos convence si es que estamos dispuestos a escuchar a Dios, no los hombres. Nuestra vida eterna depende de aceptar de la sumisión de Cristo a la muerte en nuestro favor y de su resurrección por Dios.

En conclusión Juan dice: «Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna» (versículo 13). Este resumen de intenciones corresponde con el comentario de Juan en el Evangelio: «Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (Juan 20:31).

Aquellos que tienen una relación con el Padre podrán pedirle su ayuda de diferentes maneras. El creyente tiene el beneficio de saber que Dios escucha las oraciones y las responde, incluyendo las de los demás hermanos y hermanas que se arrepienten de sus pecados y son perdonados: «Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte» (versículos 14-16a). Esto no quiere decir que Dios puede perdonar todo pecado, como lo clarifica Juan en seguida. Existen aquellos quienes no se van arrepentir y por lo tanto no se les dará el perdón. A esto se le conoce como el pecado imperdonable: «Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida» (versículo 16b). Definiendo el pecado, no obstante mostrando que el perdón es posible para aquellos que se arrepentirán, Juan agrega: «Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte» (versículo 17).

Juan concluye su primera carta con tres declaraciones sobre lo que es importante saber. Los gnósticos afirmaron tener acceso a un conocimiento secreto y superior. Juan ha demostrado que el conocimiento de ellos es inferior y erróneo. En cambio, «Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca. Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna» (versículos 18-20).

Al final Juan añade, en lo que pareciera ser un ultimo pensamiento curioso, «Hijitos guardaos de los ídolos» (versículo 21). Los ídolos representan dioses falsos, y la idolatría es un pecado que lo le agrada al Dios verdadero. Por lo tanto este es un resumen de lo que los seguidores de Cristo («hijitos») deben hacer durante toda su vida.

CARTAS SUBSIGUIENTES

Las dos breves cartas restantes abordan algunos de los mismos temas que la primera carta, pero de manera más específica. Cada una es de «el anciano», que se entiende es Juan. En la segunda carta falsos maestros están en camino a una congregación específica, y Juan está advirtiendo y asesorando lo que se debe hacer cuando lleguen. En la tercera carta él está tratando con un incidente específico dentro de la Iglesia a finales del primer siglo. Ambas cartas muestran el tipo de conducta a los que los falsos maestros sometieron a los seguidores de Jesús.

El énfasis de Juan sobre el amor entre los hermanos y por los mandamientos de Dios continúa. Personificando a la Iglesia como una mujer, dice, «Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros. Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio» (2 Juan 5-6).

Anticristos gnósticos están presentes por todas partes y no deben ser recibidos entre el pueblo de Dios que «permanece» en Cristo: «Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo. Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: !Bienvenido! Porque el que le dice: Bienvenido! participa en sus malas obras» (versículos 7-11).

«Estén, pues, alerta para que no echen a perder el fruto del esfuerzo que han hecho y reciban completa la paga».

2 Juan 8, La Palabra

Juan concluye la segunda carta con la esperanza de venir a ver a los hermanos en persona.

La tercera carta trata de una dificultad específica en una congregación fundada con los esfuerzos de Juan. En ausencia de Juan un líder local tomó el señorío sobre la gente y se hizo abusivo de los creyentes y visitantes. Juan escribe a los que permanecen fieles a fomentar la acción correcta y entendimiento de este hombre, que ha llegado demasiado lejos hasta en expulsar personas de la Iglesia y oponerse a Juan mismo. Juan está consciente acerca de lo que pasaría si viniera a ellos en persona: «recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros». Se les anima a los creyentes hacer lo correcto: «Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios» (versículos 9-11).

Juan cierra como antes, con la esperanza de verlos, y no solamente comunicarse por medio de pluma y tinta.

EL NUEVO HOMBRE

Para cuando lleguemos al final de estas tres cartas, veremos a un Juan muy diferente que el llamado por Cristo «hijo del trueno». Su vida al servicio de Dios trajo un crecimiento espiritual y una profundidad que es evidente. Se convirtió en el último gran defensor apostólico de la fe y estaba a punto de recibir el libro de Apocalipsis durante su encarcelamiento en la isla de Patmos por sus creencias. Juan sería utilizado para entregar la visión apocalíptica que se convirtió en la culminante del Nuevo Testamento.