Pedro, Pablo y Bernabé

Al principio del ministerio del apóstol Pedro la gente se convencía de la naturaleza mesiánica de Jesús gracias a las curaciones milagrosas. Dos de esos incidentes ocurrieron cuando Pedro visitó a los miembros de la Iglesia ubicada junto a la costa del Mediterráneo en el área central de Palestina. En Lida (Lod) se encontró con un paralítico de nombre Eneas, quien se encontraba postrado en cama desde hacía ocho años. A la orden de Pedro el hombre se puso sobre sus pies y fue sanado. Esto convenció a muchos en Lida y el área de Sarón de convertirse en seguidores de Jesús.

Cerca de Jope (Jaffa), una discípula llamada Tabita, o Dorcas, también recibió un milagro. Era conocida entre los creyentes por sus buenas acciones y sus obras de caridad, pero falleció mientras Pedro se encontraba en Lida. Los discípulos enviaron por él y le trajeron a la habitación donde yacía su cuerpo. Pedro sacó a todos de la habitación y oró por ella, para luego pedirle que se levantara. Ella se sentó, tomó su mano y se puso de pie. Lucas señala que Pedro luego la presentó con los santos y las viudas. En el Nuevo Testamento el término «santo» no se refiere a una persona que ha sido sujeta a una elaborada investigación de sus obras, seguida por la veneración, la beatificación y la canonización, sino a aquéllos a quienes Dios ha llamado a Su Iglesia, quienes son santificados o apartados para servir a Dios viviendo conforme a Su estilo de vida. Se trata simplemente de personas ordinarias con un extraordinario llamado. Dorcas había sido una servidora de gran ayuda para las viudas y los demás miembros, y todos se mostraron agradecidos por su «regreso». Su regreso a la vida fue bien conocido en la región y más personas se sumaron a la Iglesia.

UN CENTURIÓN SE CONVIERTE EN SEGUIDOR

Pedro se quedó varios días en Jope en casa de Simón el curtidor. De acuerdo con la ley del Antiguo Testamento, el trabajo de Simón le hacía ceremonialmente impuro debido a que trabajaba las pieles de los animales muertos (Levítico 11:39–40), pero Pedro no tuvo inconveniente en quedarse con él y estaba dispuesto a relacionarse con personas que quizás eran rechazadas por los demás. Ésa fue una actitud útil, considerando lo que estaba por ocurrir con el centurión Romano, Cornelio, quien vivía a aproximadamente 53 kilómetros (33 millas) de distancia en Cesarea, la capital romana de Judea.

Cornelio y sus hombres formaban parte del gran Regimiento Italiano emplazado en la ciudad portuaria. Al igual que muchos no judíos del siglo I, él y su familia se habían convertido en adoradores del Dios de Israel. Ellos eran lo que el Nuevo Testamento denomina «temerosos de Dios», personas comprometidas con Dios que asistían a la sinagoga, aunque no eran totalmente miembros de la fe judía. Cornelio tuvo una visión donde se le decía que Dios había escuchado sus oraciones y había observado sus obras de caridad, y que debía enviar por Pedro a Jope para que le dijera lo que debía hacer (Hechos 10:1–6).

Mientras los criados y uno de los soldados de Cornelio que eran temerosos de Dios se acercaban a Jope, Pedro se encontraba orando en la azotea de la casa de Simón. Le empezó a dar mucha hambre y, entrando en trance, vio un gran lienzo atado de las cuatro esquinas que bajaba hacia él desde el cielo, lleno con toda clase de animales, incluyendo reptiles y aves. Una voz le indicó que se levantara, que los matara y que comiera. Pedro se rehusó a hacerlo sabiendo que el lienzo contenía muchos animales que las Escrituras Hebreas consideraban no aptos para comer (carnes impuras). La voz del cielo le dijo «Lo que Dios limpió, no lo llames tú común» (versículos 9–15).

Esto ocurrió tres veces y dejó perplejo a Pedro con respecto a su significado. Muchos comentaristas afirman que era la manera en que Dios dijo a Pedro que las leyes sobre los alimentos del Antiguo Testamento se habían vuelto obsoletas. Nada puede estar más alejado de la realidad. La explicación de Pedro sobre lo que dedujo a partir de esta experiencia se encuentra tan solo unos versículos más adelante. Pedro dijo a Cornelio «a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo» (versículo 28, énfasis añadido). No hay ningún rastro de algún cambio en las leyes sobre los alimentos. Habría sido demasiado extraño para Cornelio, un hombre temeroso de Dios cuyas creencias se basaban en la devoción al Dios de Israel y cuyas Escrituras eran el Antiguo Testamento Hebreo, reunirse con un judío cuyo mensaje en cierta forma abolía las leyes sobre los alimentos.

A solicitud de los criados de Cornelio, Pedro y algunos de los discípulos de Jope acudieron a su casa. Allí Pedro reconoció que Dios estaba abriendo la puerta de la salvación a los gentiles, como había hecho con los judíos. Aquí se encontraba un hombre temeroso de Dios con sus familiares y amigos cercanos, ansioso por conocer lo que Dios les pediría que hicieran (versículos 24–33). Mientras Pedro les transmitía el mensaje acerca de la vida, muerte y resurrección de Jesús, el Espíritu Santo vino sobre ellos. Pedro supo de inmediato lo que estaba sucediendo, pues no dudó en recordar lo que le había ocurrido en Pentecostés, alrededor de 10 años atrás, cuando el Espíritu Santo vino sobre los apóstoles. Luego instruyó a Cornelio y a su familia para que se bautizaran para el perdón de sus pecados. Como ocurrió con los apóstoles y los testigos judíos del ministerio de Jesús, el centurión gentil se había convertido en un seguidor de «el Camino» (versículos 34–48).

«Ahora comprendo que en realidad para Dios no hay favoritismos, sino que en toda nación él ve con agrado a los que le temen y actúan con justicia».

Hechos 10:34 (Nueva Versión Internacional)

Cuando Pedro regresó a Jerusalén los seis discípulos que le habían acompañado a Cesarea fueron testigos de lo ocurrido. Allí el apóstol se encontró con la oposición de algunos de los creyentes judíos, quienes le acusaban de haberse profanado a sí mismo al comer con los romanos gentiles. Pedro y sus testigos contaron su historia y convencieron a la iglesia de Jerusalén que Dios en realidad había puesto Su verdad y Su forma de vida a disposición de toda la humanidad. Fue un paso importante para cumplir con el mandamiento que Jesús les había dado a Sus discípulos: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mateo 28:19–20).

ACONTECIMIENTOS EN LA ANTIOQUÍA SIRIA

Después del asesinato de Esteban y de la persecución encabezada por Saulo en contra de los seguidores de Jesús en Jerusalén (Hechos 7:54–60; 8:1, 3), muchos escaparon a otras partes de la región. Huyeron a áreas distantes en Judea y Samaria, algunos incluso a Fenicia, Chipre y Antioquía, al norte de Siria (Hechos 8:1, 4; 11:19–22). Allí hablaron a otros de sus nuevas creencias, pero quienes les escuchaban eran exclusivamente judíos. Algunos creyentes que vinieron originalmente de Chipre y Cirene, al norte de África, se fueron a Antioquía. En esta gran ciudad que servía de cruce, la tercera más grande del Imperio Romano después de Roma y Alejandría, habían hablado con griegos —quienes probablemente no eran ni judíos ni gentiles convertidos al judaísmo, aunque quizá sí eran temerosos de Dios— acerca de Jesús de Nazaret. Como resultado, «gran número creyó y se convirtió al Señor» (Hechos 11:21). La postura del relato en la historia que se desarrolla respecto a la expansión de las buenas nuevas añade peso a la probabilidad de que estas personas no fueran judías. Como acabamos de ver, lo que precede inmediatamente a ello es la conversión de gentiles en Palestina y su aceptación por la iglesia de Jerusalén.

«Así pues, si Dios ha otorgado a los gentiles el mismo don que a nosotros, los que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién soy yo para oponerme al propósito divino?»

Hechos 11:17 (Castilian)

Como resultado del súbito crecimiento en la congregación de Antioquía los creyentes en Jerusalén enviaron a uno de sus líderes, Bernabé, a averiguar qué había sucedido exactamente. Su visita pronto confirmó la verdad de lo que habían escuchado y, como resultado de sus alentadoras enseñanzas y de su entusiasmo, más miembros se sumaron a la Iglesia (versículo 24). A Bernabé no le eran ajenos los inesperados acontecimientos en la obra de la Iglesia. Él había podido presentar al arrepentido perseguidor de Saulo a los apóstoles en Jerusalén y les había contado de su sorprendente conversión camino a Damasco y de su obra en las sinagogas de allí.

Ahora con el crecimiento de Antioquía Bernabé se dio cuenta de que necesitaba ayuda y salió una vez más en busca de Saulo. Saulo había salido de Palestina alrededor de 10 años atrás para escapar de los judíos griegos que se oponían a su recién descubierta fe. Los miembros de la Iglesia le habían enviado de Cesarea a su ciudad natal de Tarso en Cilicia. No se sabe a ciencia cierta lo que hizo durante esa década, aunque Saulo (o, para usar su nombre romano, Pablo) escribe que después de su conversión se fue a Siria y Cilicia (Gálatas 1:21; consulte también Hechos 15:23, 41). Para cuando Bernabé le encontró ya estaba listo para ayudar en Antioquía. Lucas cuenta que Bernabé y Pablo trabajaron juntos en la ciudad durante un año, que se congregaron con la Iglesia y que «enseñaron a mucha gente» (Hechos 11:26).

También sabemos que fue en Antioquía donde «a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez». Ésta es una declaración que no se puede tomar en un sentido literal. La conclusión de la mayoría es que el término cristiano es el nombre bíblico para los seguidores de Cristo; sin embargo, en el Nuevo Testamento se utiliza únicamente en otros dos sitios (Hechos 26:28 y 1 Pedro 4:16) y en ningún caso se trata de una descripción propia. Como observan varios especialistas se trataba de un término que aplicaban burlonamente otras personas a los seguidores de Jesús. En los primeros tiempos del Nuevo Testamento los miembros de la Iglesia utilizaron varios términos para sí mismos, incluyendo hermanos, discípulos, creyentes, santos, seguidores del Camino e Iglesia de Dios. No fue sino hasta el siglo II que algunos estuvieron dispuestos a aceptar el término cristiano, pero al hacerlo ignoraron el entendimiento y la práctica de la Iglesia primitiva.

ACONTECIMIENTOS EN JERUSALÉN

Mientras Bernabé y Pablo se encontraban trabajando en Antioquía, vinieron profetas de Jerusalén y uno de ellos, Agabo, anunció que habría una gran hambruna. Lucas registra que esto realmente ocurrió en los días de Claudio César, quien gobernó del año 41 al 54 a.C. Los discípulos en Antioquía creyeron en la profecía y recaudaron dinero para enviarlo con Bernabé y Pablo a los ancianos de Jerusalén.

«Uno de ellos, llamado Agabo, recibió la ayuda del Espíritu Santo y anunció que mucha gente en el mundo no tendría nada para comer. Y esto ocurrió en verdad cuando gobernaba en Roma el emperador Claudio».

Hechos 11:28 (Biblia en Lenguaje Sencillo)

Los eventos que siguieren en Jerusalén nos ayudan a determinar con bastante precisión la fecha de la hambruna. Hechos 12 inicia con un relato del ataque ocurrido allí en la Iglesia por el Rey Herodes Antipas (11 a.C. – 44 d.C.). Primero asesinó a Jacobo, el hermano de Juan, uno de los discípulos originales de Jesús, y luego mandó encarcelar al apóstol Pedro durante los días santos de la primavera conocidos como la Pascua Judía y los Días de los Panes sin Levadura (versículos 1–4). Algunas versiones del Nuevo Testamento se refieren incorrectamente a estas fechas como «Pascua» (Easter), una palabra que no aparece en ninguna otra parte del texto original en griego.

Debido a la persecución del rey, la congregación local se encontraba en un estado de oración constante por Pedro que estaba en prisión. De repente, durante la noche, Pedro fue liberado milagrosamente de sus cadenas. Al llegar al hogar de una mujer llamada María (la madre del primo de Bernabé, Juan Marcos, autor del Evangelio de Marcos [versículo 12; Colosenses 4:10]), donde se encontraban reunidos los hermanos, Pedro tocó a la puerta. La joven que respondió a su llamado estaba tan feliz de verle que olvidó abrir la puerta y regresó adentro corriendo para contarlo a los demás, quienes simplemente consideraron que era imposible lo que ella les decía y afirmaban que estaba loca o que había visto un ángel, a pesar del hecho de que había ocurrido justo por lo que habían estado orando incesantemente (versículos 5–18). ¡Algunas veces no reconocemos la respuesta a nuestra oración cuando la tenemos ante nuestros ojos!

UN FINAL Y UN PRINCIPIO

Herodes, por su parte, sin haber podido recapturar a Pedro, descendió a Cesarea. Allí su vida se encontró con un abrupto final. Había estado molesto con la gente de las ciudades portuarias de Tiro y Sidón, quienes ahora buscaban la paz. Herodes se apartó un día para reunirse con ellos y, después de haberle escuchado, lo proclamaron como un dios. Debido a que Herodes no negó la adulación para dar la gloria a Dios, Lucas registra que un ángel lo azotó con una enfermedad y que fue comido por los gusanos para luego morir. La historia registra la muerte de Herodes en el año 44 d.C. y el historiador judío Josefo menciona que ésta llegó después de cinco días de dolores estomacales. Mientras tanto, Lucas escribe que en la Iglesia «la palabra del Señor crecía y se multiplicaba» (versículos 19–24).

Bernabé y Pablo, quienes aparentemente se encontraban en esa época en Jerusalén, entregaron los fondos recaudados y regresaron a Antioquía llevando con ellos a Juan Marcos.

En aquella ciudad había varios profetas y maestros. Además de Bernabé y Pablo se encontraba Simeón, un hombre posiblemente de raza negra a juzgar por su apellido latino, Niger. También estaban Lucio de Cirene, del norte de África, y Manaén, quien se había criado con Herodes Antipas.

Fue en medio de este grupo, mientras se encontraban orando y ayunando, que les vino la inspiración para enviar a Bernabé y Pablo a un nuevo viaje que iniciaría una etapa fundamental para una mayor expansión del mensaje del evangelio y para su apertura al mundo occidental. Fue el primero de los muchos viajes que realizaría Pablo durante las siguientes dos décadas hacia lo que se convertiría en un nuevo territorio para las buenas nuevas.