Humildes Comienzos

Temido por un rey y buscado por magos, el joven Jesús ya estaba causando impacto… tan sólo con las noticias de su nacimiento.

¿Qué tenía Jesucristo que atraía a grandes multitudes para escucharlo? ¿Fueron sus milagros, las fascinantes parábolas en lenguaje cotidiano o el poder de sus enseñanzas morales? ¿Era la posibilidad percibida de derrocar al imperio romano o su aguda crítica a la corrupción religiosa? ¿O acaso fueron sólo algunas de estas razones, todas ellas… o ninguna?

¿Y por qué a la postre los líderes religiosos de aquella época decidieron ponerle fin a la obra del hombre de Galilea?

Con este artículo, el primero de una serie, comenzaremos un fascinante viaje a través de la vida y los tiempos de Jesucristo, un viaje que en ocasiones le sorprenderá y que probablemente cambiará su percepción del cristianismo original.

Por siglos, muchos estudiosos y maestros han malinterpretado y causado confusión respecto a la práctica de los primeros cristianos. ¿Cómo es que los primeros seguidores de Jesús pusieron en práctica la fe que Él les dio? ¿Y cómo es que los cristianos de la actualidad deberían seguir a su líder?

LA GALILEA DE LOS EXTRANJEROS

Para comenzar nuestro viaje primero debemos orientarnos geográficamente. Jesús creció en Galilea, un territorio localizado al norte de Judea, en la intersección de las rutas comerciales que unían la costa oriental del Mar Mediterráneo con Damasco en Siria, y los territorios más allá. Su nombre en el idioma arameo que se hablaba en los tiempos de Jesús era Galil hagoim, Galilea de los extranjeros, debido a que por su red de caminos pasaba todo tipo de personas. Ése fue el entorno de la juventud de Jesús, los lugares donde su padre, José, trabajó como carpintero.

Cerca de Nazaret se encontraba la capital regional de Séforis. Hoy en día entre sus ruinas se encuentran los restos de un fuerte construido mucho tiempo después (alrededor del año 1260) por los cruzados. Ocupaba la cima de una colina que domina la campiña y que ahora es un silencioso recordatorio de que, siglos después de la muerte de Jesús de Nazaret, otros extranjeros continuaron entrecruzando el productivo paisaje de Galilea. No sólo el comercio atrajo a los cruzados, sino también el fervor religioso, pues los cristianos buscaban recuperar los lugares santos que habían perdido en manos de los seguidores de Mahoma.

¿Qué diría el hombre de Nazaret de todo el derramamiento de sangre cometido en su nombre? ¿Acaso su mensaje sobre la venida de un reino pacífico tiene algo qué ver con una lucha encarnizada por los lugares santos? Hoy en día podemos formularnos estas mismas preguntas. Los conflictos religiosos no han desaparecido y los lugares santos siguen siendo la manzana de la discordia. Sin duda los principios subyacentes a la fe cristiana van en contra de tales conflictos.

VISITANTES DECEPCIONADOS

El autor estadounidense Mark Twain tuvo pensamientos similares en 1869. Luego de visitar Belén, el lugar de nacimiento de Cristo, escribió: «Los sacerdotes y los miembros de las iglesias griega y latina no pueden caminar por el mismo corredor para arrodillarse ante el sagrado lugar de nacimiento del Redentor, sino que se ven obligados a acercarse y retirarse por diferentes avenidas, no sea que se enreden en luchas acerca de éste que es el lugar más sagrado sobre la faz de la tierra» (Inocentes en el Extranjero).

Parece que incluso aquéllos que veneran los lugares en donde Cristo pudo haber estado luchan entre sí por esos lugares.

Twain quedó decepcionado de su polvoriento viaje de tres meses a caballo a través de Siria y Palestina, y especialmente de muchos de los lugares santos, e incluso se quejó de que con frecuencia eran de mal gusto y estaban comercializados.

Twain quedó decepcionado de su polvoriento viaje de tres meses a caballo a través de Siria y Palestina, y especialmente de muchos de los lugares santos, e incluso se quejó de que con frecuencia eran de mal gusto y estaban comercializados.

No obstante, en Galilea encontró cierta serenidad. Una noche, mientras se encontraba sentado afuera de su tienda a orillas del Mar de Galilea, quedó maravillado por la historia y las asociaciones de la región. «Bajo la luz de las estrellas», escribió, «Galilea no tiene más fronteras que el amplio compás de los cielos, y es un escenario adecuado para grandes acontecimientos, adecuado para el nacimiento de una religión capaz de salvar al mundo, y adecuado para la majestuosa Figura señalada para reclamar y proclamar sus elevados decretos» (Inocentes en el Extranjero).

A principios de la década de 1940, un joven ingeniero aeronáutico de Gran Bretaña estacionado en Egipto también visitó Tierra Santa. Cuando vio los diferentes lugares santos se sintió un poco como Mark Twain. Ciertamente, quedó desalentado por las grutas «sagradas» con sus símbolos de religiosidad. Incluso se preguntó si algunos de los famosos sitios cristianos estaban realmente relacionados con la vida y los tiempos del humilde hombre de Nazaret. Ese joven de la Real Fuerza Aérea era mi padre y su fascinación por el territorio —y por las implicaciones de lo que había ocurrido allí para la civilización occidental— se ha convertido en la mía.

¿Qué es lo que los primeros maestros del cristianismo tienen que decirle a su mundo? ¿Qué tanto del cristianismo original sobrevive hoy? ¿Las enseñanzas de Jesús se han transmitido con precisión a través de los años? ¿O acaso el cristianismo que conocemos hoy en día es un todo de ideas falsas acumuladas?

RAÍCES JUDEOCRISTIANAS

Hace 150 años el filósofo danés Soren Kierkegaard escribió: «Millones de personas a través de los siglos han ido sacando poco a poco a Dios del cristianismo»…. una afirmación terrible. Más recientemente, el escritor francés Jacques Ellul lo expresó de diferente manera y escribió: «Tenemos que admitir que existe una inmensurable distancia entre todo lo que leemos en la Biblia y la práctica de los cristianos». Si estos hombres estuvieran en lo correcto —si, como expresó también Kierkegaard, el «cristianismo del Nuevo Testamento simplemente no existe»—, entonces quizás es tiempo de regresar y redescubrir la auténtica fe.

Y de eso tratará esta serie, de los primeros cristianos, de su líder, de sus prácticas y de sus viajes, y también de cómo nos relacionamos con este aspecto de nuestra herencia occidental.

Es por todos sabido que la civilización occidental tiene sus raíces en los mundos griego y romano. Podemos verlo en nuestros sistemas legales, nuestras comunicaciones, comercio y ciencias, nuestras formas de gobierno, así como en nuestro arte y literatura; sin embargo, por encima de esos cimientos se encuentra otra poderosa influencia: el sistema de valores judeocristianos que encontramos en la Biblia, el conocido Libro de libros, cuyos principios han guiado a monarcas, estadistas y personas comunes y corrientes a través de los tiempos.

Por ejemplo, cuando Alfredo el Grande estableció su código de leyes para los pueblos ingleses, incluyó una traducción parafraseada de los Diez Mandamientos y abrevió pasajes de algunos capítulos del libro de Éxodo, aquéllos que explican a detalle las aplicaciones prácticas de los Diez Mandamientos. Siglos más tarde en el Continente Americano, los padres fundadores de los Estados Unidos de América elaboraron su constitución guiados por esa misma herencia judeocristiana imperecedera. Así, parte de nuestros fundamentos culturales occidentales se pueden remontar a un angosto territorio en los puntos de intersección del mundo antiguo.

Hacia finales del segundo decenio de nuestra era Jesús anunció su misión a la población de la ciudad de Nazaret. Con el rollo del profeta Isaías en su mano en la pequeña sinagoga, leyó: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos. A predicar el año agradable del Señor» (Lucas 4:18-19).

Lucas, el autor del Evangelio que lleva su nombre, nos dice que al principio la gente de la ciudad estaba impresionada por las palabras que salieron de sus labios. «¿No es éste el hijo de José?», se preguntaban, pero poco después las enseñanzas de Jesús les hicieron enojar, en especial cuando comenzó a explicar que «ningún profeta es acepto en su propia tierra». Él les recordó a quienes le escuchaban del rechazo del antiguo Israel a sus profetas (hombres de Dios), quienes vinieron a ellos con mensajes impopulares que advertían a las sociedades de la necesidad de cambiar radicalmente su conducta y de vivir conforme a las leyes de Dios. Cuando Jesús hizo tales declaraciones, su audiencia se enfureció quizá tanto como sus antepasados del Antiguo Testamento.

El resultado de su discurso en Nazaret fue que su audiencia lo llevó a un precipicio cerca de la ciudad e intentó lanzarle por el borde para asesinarle. ¿Acaso no haríamos lo mismo en la actualidad? La idea de matar al mensajero cuando no nos agrada el mensaje no nos es poco familiar. En esa ocasión, aunque fue una seria advertencia, Jesús sobrevivió. El relato de Lucas simplemente nos dice que Jesús «pasó por en medio de ellos, y se fue».

Este temprano incidente en el ministerio de Jesús refleja la tensión que con frecuencia generaba. Por un lado, un refinado discurso; por el otro, una inflexible lógica moral que acorralaba a quienes le escuchaban.

Este temprano incidente en el ministerio de Jesús refleja la tensión que con frecuencia generaba. Por un lado, un refinado discurso; por el otro, una inflexible lógica moral que acorralaba a quienes le escuchaban.

DE SU CONCEPCIÓN A UN CONCEPTO ERRÓNEO

La ciudad de Nazaret era un lugar muy pequeño en aquella época, pero, por supuesto, la aldea no fue su lugar de nacimiento. Esa distinción está reservada para Belén, a unos 145 km (90 millas) al sur en la antigua Judá. Era allí donde los padres de Jesús tenían sus raíces.

Cada año, durante la época navideña, la ciudad de Belén se llena de peregrinos que reconocen los que creen que fueron la fecha y el lugar del nacimiento de su Salvador; sin embargo, ¿la historia navideña tradicional refleja lo que dice la Biblia? Quizá se sorprenda.

Hace dos mil años la cuenca del Mediterráneo era un mundo dominado por los romanos. Justo antes del nacimiento de Jesús el emperador César Augusto emitió un decreto para un censo. Los padres de Jesús, José y María, debían ir a su hogar ancestral, Belén, para su registro y censo. El año fue entre el 6 y 4 a.C. ¿Cómo es que sabemos esto? El Evangelio de Lucas nos da una clave importante: el censo, dice, se llevó a cabo mientras cierto funcionario romano se encontraba en el poder en la provincia de Siria, de la cual era parte Palestina.

Lucas escribió: «Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria. E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad» (Lucas 2:2-3). La redacción sugiere que se llevó a cabo más de un censo durante el mandato de Cirenio. Aunque algunos especialistas afirman que hubo dos gobernantes de nombre Cirenio, pudo ser que el mismo hombre ocupara el poder en dos ocasiones, del 6 al 4 a.C. y luego nuevamente del 6 al 9 d.C. Debido a que se nos dice que éste fue el primer censo de Cirenio, de esta forma podemos datar el nacimiento de Jesús entre el año 6 y 4 a.C.

Pero ¿de dónde vino la idea de dividir el tiempo en «a.C.» (antes de Cristo) y «d.C.» (después de Cristo o de la era cristiana)? Por sorprendente que parezca, no fue sino hasta el año 526 d.C. que un monje escita, Dionisio el Exiguo, que vivía en Roma, ideó este método para las fechas cristianas, y no fue sino hasta mil años después que se comenzó a emplear «a.C.». Poco a poco la idea falsa de que Cristo nació en la división de años entre «a.C.» y «d.C.» fue tomando fuerza, pero algunos puntos de referencia histórica del Nuevo Testamento no apoyan tal conclusión.

Otra idea errónea está relacionada, no con el año, sino con el día de nacimiento de Cristo. Ahora se sabe que el 25 de diciembre no pudo haber sido esa fecha así como —lo que es más probable— que Jesús nació a principios de otoño, y podemos establecer este periodo general a partir de algunos detalles específicos del Evangelio de Lucas.

Por simple aritmética podemos establecer que Juan nació en la primavera en Palestina y, por tanto, que Jesús nació en el otoño.

El templo de Jerusalén tenía ciclos de servicio sacerdotal bien definidos. El padre de Juan el Bautista fue uno de quienes servían periódicamente en Jerusalén. A él se le designó para servir en la clase o grupo de Abías, jefe de una de las familias sacerdotales de los tiempos del Rey David. El periodo de la clase de Abías correspondía a alrededor de julio-agosto. El Evangelio de Lucas nos dice que Juan el Bautista fue concebido justo después de una de tales visitas a Jerusalén y también sabemos por Lucas que Juan era unos seis meses mayor que Jesús. Por simple aritmética podemos establecer que Juan nació en la primavera en Palestina y, por tanto, que Jesús nació en el otoño.

Poco a poco iremos descubriendo muchas otras ideas erróneas y populares en la historia del cristianismo temprano.

UN NACIMIENTO HUMILDE

Los padres de Jesús, José y María, debieron haber enfrentado dificultades para llegar a Belén. El viaje les pudo haber tomado de tres a cinco días y, para llegar allí, probablemente tomaron la ruta usual: desde Nazaret bajarían por el valle del Jordán hasta Jericó, y desde allí subirían casi 1.2 km (4,000 ft) hasta Jerusalén y Belén.

Mientras los jóvenes y futuros padres viajaban por la red de rutas comerciales y caminos regionales, sin duda hablaron de todo lo que les había llevado hasta ese momento. María estaba embarazada, aunque seguía siendo virgen. ¿Cómo podía ser esto? Lucas habla de una visión angelical en la que se revela a María que el niño que daría a luz sería el Mesías esperado desde hacía tiempo por el pueblo judío.

El primer pensamiento de José había sido romper su compromiso matrimonial en la forma de un divorcio privado, con lo que evitaría la vergüenza y el escándalo que de lo contrario experimentaría María. Para más información a este respecto, tenemos que recurrir a otro de los cuatro autores de los Evangelios: Mateo. Él nos dice que José «era justo, y no quería infamarla» (Mateo 1:19). José pronto entendió a partir de un sueño inspirado por Dios que debía continuar con el matrimonio. El niño, ahora sabía, había sido concebido por intervención de Dios.

Todo era muy difícil de entender, pero las fuertes creencias de José en el mensaje divino le motivaron a cumplir el acuerdo matrimonial. Después de todo, las Escrituras Hebreas habían predicho que una virgen concebiría a un hijo de nombre Emanuel, que significa «Dios con nosotros». José y María estaban lo suficientemente convencidos por sus insólitas experiencias como para creer que Dios estaba involucrado.

Veamos ahora algunas de las circunstancias y mitos que rodearon el nacimiento de Cristo.

Cuando José y María llegaron a Belén —lugar de nacimiento del rey más famoso de Israel, David— se encontraron con que el censo romano había llevado allí a mucha gente. Eso significaba que escaseaban las habitaciones conforme la gente regresaba a su lugar de nacimiento en Jerusalén y los alrededores. Lucas señala que cuando José y María llegaron «no había lugar para ellos en el mesón».

Así pues, las circunstancias dieron al nacimiento de Jesús una significativa humildad. Este Rey de reyes y Señor de señores habría de nacer en un establo que, de acuerdo con numerosos especialistas y comentadores, pudo tratarse de una cueva en una de las laderas de Belén.

El nacimiento del primogénito de María atrajo la atención inmediata de humildes pastores que también habían visto y escuchado a seres angelicales… esta vez anunciando el extraordinario nacimiento. Los pastores cuidaban a sus rebaños en los campos cercanos a Belén. Ésa es una clave de que el nacimiento de Jesús no ocurrió en medio del invierno, cuando los pastores y los rebaños no se quedan afuera durante la noche, pues en Belén nieva durante el invierno.

El ángel les dijo a los pastores que el Cristo o Mesías, el tan esperado Salvador de la humanidad, había llegado. La señal que los pastores debían buscar era a un bebé recostado en un comedero para animales: un pesebre. En la aldea (o cerca de ella) encontraron al niño y a sus padres exactamente como se les había mencionado. La sorpresa de los pastores respecto a la precisión del mensaje angelical fue tan abrumadora que se convirtieron en los primeros seres humanos en anunciar el nacimiento de Jesús.

Era un mundo buscando a un Mesías; de hecho, las expectativas mesiánicas eran algo común. Algunos de los judíos buscaban la liberación de sus opresores romanos… su Mesías sería un líder político. Otros buscaban ser liberados de la enfermedad y de todas las tribulaciones humanas.

Y no sólo en Israel se esperaba a un Salvador.

EL SANTO DE LAS PROFECÍAS DE ANTAÑO

Cerca de 40 años antes del nacimiento de Jesús, el poeta romano Virgilio escribió que «un niño semejante a Dios ha de nacer… Ven pronto a recibir tu poder, pues todo el mundo espera por ti. Oh, que pueda vivir para ver un tema tan noble para mi verso».

La predicción de tal niño era una antigua tradición, incluso en China, donde a principios del siglo VI a.C. el filósofo Confucio escribió que «el Santo debe ser buscado en Occidente».

Por ende, algunas historias mencionan que alrededor de 70 años después del nacimiento de Jesús el emperador chino Mimti, bajo la influencia de esta antigua expectativa, envió mensajeros a Occidente hacia la India para preguntar por el «Santo» tan esperado de Confucio.

Un gobernante en India también había entendido que sí ocurriría el nacimiento de este inusual niño. Alrededor del año 1 d.C., este gobernante envió emisarios a Palestina para saber si el niño real predicho ya había hecho realmente su aparición.

Pero un niño nacido en un establo no parecía satisfacer de ninguna manera las expectativas mesiánicas y, sin embargo, aquellos misteriosos visitantes a los que se hace referencia en el relato del Evangelio de Mateo, los Magos u hombres sabios, tenían una opinión distinta.

Mateo señala que en algún momento posterior al nacimiento de Jesús vinieron «magos» de Oriente siguiendo una estrella y preguntaron por «el rey de los judíos, que ha nacido». En los detalles de esta historia comenzamos a ver más de los errores generalizados que han surgido en torno a los orígenes del cristianismo.

La tradición nos dice que eran tres de ellos, y que incluso eran reyes, pero, al parecer, el tema de los «tres reyes» no se hizo popular sino hasta la Edad Media.

Observe que el registro del Nuevo Testamento no dice nada acerca de cómo llegaron estos sabios. La tradición nos dice que eran tres de ellos, y que incluso eran reyes, pero, al parecer, el tema de los «tres reyes» no se hizo popular sino hasta la Edad Media. El registro del Nuevo Testamento no dice nada de que los Magos fueran reyes.

La tradición también nos induce al error al afirmar que los Magos visitaron a Jesús en el pesebre. Incluso el historiador del siglo II Justino Mártir estaba en desacuerdo con el relato bíblico respecto a los Magos y escribió: «Cuando el Niño nació en Belén, debido a que José no pudo encontrar alojamiento en esa ciudad, se alojó en cierta cuerva cerca de la ciudad; y mientras se encontraban allí María dio a luz a Cristo y lo colocó en un pesebre, y allí lo encontraron los Magos que venían de Arabia».

No obstante, observe las palabras del Evangelio de Mateo acerca de estos sabios: «La estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María…» (Mateo 2:9-11). Estos visitantes vinieron a ver a un niño a una casa, no a un recién nacido a un establo.

EL REY ESCAPA

Como astrólogos o filósofos, los Magos probablemente estaban conscientes de las expectativas mesiánicas de la época. Cuando sus observaciones del cielo nocturno observaron una estrella inusual, viajaron a Occidente siguiendo sus atípicos movimientos.

Sus viajes les llevaron primero a Jerusalén, pues a quien buscaban iba a ser un nuevo rey para los judíos. Debido a sus preguntas obtuvieron una audiencia en el palacio con el anciano y paranoico Herodes, quien, a pesar de sus grandes obras públicas y de la lealtad que éstas generaron, se encontraba claramente perturbado por la amenaza de un rey rival. Luego de llamar a los líderes religiosos judíos, les preguntó dónde habría de nacer el Mesías. «Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta...» (Mateo 2:5).

El embustero Herodes envió entonces a los magos para que encontraran al niño y regresaran a informarle para que él también pudiera adorarlo; sin embargo, los hombres fueron advertidos en un sueño que evitaran a Herodes y regresaron a casa siguiendo otra vía. La ira de Herodes no conoció límites cuando descubrió la subrepticia partida de los magos y, empleando la información que le habían dado acerca de la primera aparición de la estrella, ordenó una brutal matanza de todos los niños menores de dos años.

Otro mensaje fue dado a José y María, esta vez indicándoles que huyeran de la ira de Herodes. Ellos de inmediato tomaron a su joven hijo y escaparon por la noche a Egipto. Nada se sabe de su refugio en ese país, ni del lugar o del periodo exacto, salvo que regresaron a Nazaret después de la muerte de Herodes.

Estos primeros años de la vida de Jesús produjeron algunas interesas ideas falsas acerca de Él. Comenzaremos la Segunda Parte en el próximo número con sus años de adolescencia mientras se preparaba para su gran misión.