Criando al Niño con Moralidad

El bienestar de cualquier sociedad depende en gran medidad de la salud moral de sus miembros indivualmente. ¿Cómo pueden los padres ayudar a sus hijos a desarrollar e interiorizar una serie de valores que contribuyan a una sociedad sana?

Si tuviera que crear una lista con las aptitudes que los niños necesitan de manera que puedan desarrollarse como adultos sanos y equilibrados, ¿qué incluiría? Podría usted pensar en un sinnúmero de atributos importantes, salvo que la mayoría probablemente cabrían dentro de las cinco grandes categorías identificadas por las investigadoras Nancy G. Guerra y Catherine P. Bradshaw en su estudio en 2008. En números anteriores de Visión hemos cubierto todos, excepto la última de estas «aptitudes básicas para el desarrollo positivo de la juventud», que incluyen un sentido positivo de sí mismo, auto-control, buena destreza en la toma de decisiones, y la conexión prosocial. La aptitud final es un sistema moral creencias.

Esta última pudiese parecer extraña viniendo de psicólogos: la mayoría de las personas no esperan que los investigadores de cualquier tipo comenten sobre la moralidad. Sin embargo, es importante entender que en lugar de definir el sistema ideal de la creencia que podría ser considerado como «moral», los psicólogos simplemente se dispusieron a observar el comportamiento humano y describir sus efectos. En palabras de los investigadores canadienses Lawrence J. Walker y Jeremy A. Frimer, «históricamente la moralidad ha quedado fuera del ámbito de la ciencia, más a menudo expresado por figuras religiosas, comentaristas sociales, filósofos y líderes sociales». Explican que la moralidad establece el comportamiento, en tanto que la ciencia meramente lo describe. Alison Gopnik, quien se especializa en el desarrollo cognitivo lo pone de la siguiente manera: «Las preguntas morales son acerca de la forma en que el mundo debería ser y lo que debemos de hacer. Las científicas se refieren a la forma en que el mundo es en realidad y lo que realmente hacemos». Así pues, Walker y Frimer preguntan «¿cómo puede el método descriptivo de la ciencia abordar o informar preceptos morales?»

«Los niños participan en las relaciones sociales desde muy temprano, prácticamente desde el nacimiento. Sus pensamientos y sentimientos morales son una consecuencia inevitable de estas primeras relaciones y de las otras que se producirán a lo largo de la vida».

William Damon, The Moral Child: Nurturing Children’s Natural Moral

Al estudiar el valor de un sistema moral de creencias, estos investigadores observan cómo el cerebro humano considera las cuestiones morales y se preguntan cuánta de esa capacidad es innata y cuánta tiene que ser aprendida. De las creencias y comportamientos que deben ser aprendidos, pueden llegar hasta el punto de preguntarse si algunos contribuyen a la salud mental más que otros. Sin embargo, estos no pretenden hacer más que observar el valor de las conductas específicas para contribuir a una sociedad sana. Walker y Frimer son rápidos en reconocer los linderos entre la ciencia, la religión, o la filosofía: lo que los investigadores estudian es el «funcionamiento psicológico de las personas que experimentan, forman y reaccionan a su moralidad». En otras palabras, cuestionan qué aspectos de la moralidad contribuyen a la salud mental y emocional individual y al bienestar de la sociedad.

Para Walker y Frimer, los sistemas morales pueden describirse como conjuntos de valores internalizados —creencias y normas sobre cómo debela gente comportarse con los demás —la gente, las criaturas, el medio ambiente. Los científicos generalmente no se interesan en estudiar si, por ejemplo, un sistema moral que incluye un dios en particular es mejor que un sistema que incluye otro, a pesar de que han sido conocidos por estudiar lo relativo al bienestar de las personas que ven su deidad como esencialmente punitiva en oposición al perdón. Sin embargo los investigadores suelen dejar a Dios fuera del marco y se centran en cómo las personas interactúan entre sí a partir de los valores que poseen.

Con esta perspectiva científica en mente, ¿qué aspectos del pensamiento moral son conocidos para beneficiar a niños y adolescentes, y que tanto papel juegan los padres en ayudar a desarrollar un sistema de creencias morales?

LA HISTORIA DE FONDO

Es importante entender desde el principio que algunas teorías antiguas sobre cómo los niños desarrollan un pensamiento moral están siendo cuestionadas. El psicólogo suizo de mediados del siglo 20 Jean Piaget creía que, hasta la adolescencia, los niños eran esencialmente amorales y que sus ideas sobre el bien y el mal dependían casi totalmente de la recompensa y el castigo. Su capacidad para adaptarse se dijo que estaba basada en el deseo egoísta de evitar el castigo o conseguir una recompensa. Otros teóricos han argumentado que una «gramática moral universal» es innata y afecta a nuestro pensamiento desde el nacimiento. Una nueva investigación sugiere que la verdad se encuentra en algún lugar entre estos dos puntos de vista opuestos.

«Piaget pensaba que los niños no tenían un conocimiento moral genuino, pues pensaba que estos no podían tomar la perspectiva de los demás, inferir intenciones, así como seguir reglas abstractas», escribe Gopnik. «La ciencia moderna muestra simplemente que no es verdad. Literalmente los niños desde el momento que nacen son empáticos. Se identifican con otras personas y reconocen que sus propios sentimientos son compartidos por otros. De hecho, reciben los sentimientos de los demás». No obstante, advierte, esto no significa que están predeterminados con una «gramática moral» inalterable.

Los investigadores, más bien, ahora dicen que nacemos con una capacidad general para establecer la diferencia entre el bien y el mal, y con un poco de preferencia por el bien sobre el mal. Esto es compensado en cierta medida por el instinto de la ira vengativa y nuestra tendencia a ver nuestros propios grupos sociales como «buenos» en comparación con otros. Aunque afortunadamente, también nacemos con la capacidad tanto para cambiar y crecer en la manera de hacer juicios morales como de aplicar las normas, por ejemplo, que ayudan a extender empatía más allá de nuestras inclinaciones naturales. Reducido a su esencia, la investigación actual indica que existen dos tendencias en nuestra facultad innata para el pensamiento moral: la capacidad de empatía, junto con la predisposición a entender y seguir las reglas. Gopnik describe estos orígenes de moralidas como «amor y ley».

Aunque los neurocientíficos podrían utilizar una terminología un cuanto diferente para describir las intuiciones innatas sobre el amor y la ley, por lo general, estando de acuerdo en las grandes categorías. Según Guerra y Bradshaw, ellas incluirían las ideas sobre el daño, la imparcialidad, la integridad y la responsabilidad. Jonathan Haidt y Craig Joseph agregan «el respeto a la autoridad» y la «pureza» a su lista, centrando esta última en la «regulación del comer y la sexualida». En otras palabras, dicen que tenemos una tendencia innata a adoptar ciertas virtudes de limpieza y de castidad, evitando comportamientos desagradables o tabúes como el canibalismo o el incesto.

Haidt y Joseph también señalan un segundo nivel de moralidad, al cual llaman «virtudes»—aspectos de razonamiento moral socialmente reforzados que se necesitan aprender. Por ejemplo, las virtudes de la bondad y la compasión serían la aplicación aprendida de la intuición moral innata relacionada con daño o sufrimiento. Las virtudes, al igual que otras normas sociales, son típicamente aprendidas a través del ejemplo establecido por los guías y guardianes del niño—generalmente los padres.

«Con frecuencia», escribe Haidt y Joseph, «estos ejemplos provienen de la experiencia cotidiana del niño al interpretar, responder y recibir retroalimentación, pero también provienen de las historias que impregnan la cultura». Claro está que, transmitir historias moralistas no es suficiente, los niños necesitan practicar aplicando sus principios en la vida real. A medida que aprenden a ejercer la empatía y seguir las reglas, su experiencia cotidiana—sobre todo los comentarios positivos que reciben de aquellos que admiran—deja una huella emocional que afecta que tan central sus valores se convierten a su sentido del yo. Esto construye su identidad moral, tal vez el aspecto más importante del desarrollo infantil. Guerra y Bradshaw escriben que «la identidad moral puede ser el cemento que une el pensamiento moral a la acción moral». Lo que quieren decir es que si un sistema de creencia moral no está profundamente arraigado en la manera en que nos vemos a nosotros mismos, muy probablemente no vamos a practicar dichos valores.

INCULCANDO UNA IDENTIDAD MORAL

Muchos métodos en la crianza de los hijos se centran en implementar conductas morales simplemente recompensando al niño por cumplir las reglas, y sancionándolo cuando las quebranta. Esto pareciera funcionar a corto plazo con algunos niños, al menos cuando alguien está mirando y existe una amenaza clara y presente de castigo. Salvo que, un niño cuya conducta moral sólo es reforzada de manera externa no tiene la oportunidad de desarrollar la identidad moral necesaria para hacer frente a una vida llena de desafíos. Poseer la mera capacidad de seguir las reglas no es el sello distintivo de la identidad moral.

Sin embargo, esto no menoscaba la importancia de las normas. Las reglas son necesarias para el funcionamiento de la sociedad, y son una parte importante del razonamiento moral: nos dan accesos directos para tomar decisiones morales que se hacen con frecuencia y ayudan a coordinar las decisiones con los demás. Los de tres años de edad pueden entender y seguir reglas, y aun niños muy pequeños ya tienen la base para el seguimiento de reglas con su capacidad de imitar. Niños muy pequeños también pueden distinguir entre quebrantar reglas intencionalmente y el quebrantarlas accidentalmente, además las reglas les ayuda a controlar opciones específicas que extienden los principios morales universales básicos discutidos anteriormente, tales como las cuestiones de daño, ecuanimidad y responsabilidad.

Sin embargo, la moralidad no termina con establecer reglas. Sin la capacidad de extender empatía no hay identidad moral, tanto la ley como el amor se entrelazan en un sistema de moral sano de creencias. Esto es tan cierto para los padres en su rol docente como para sus hijos mientras aprenden cómo comportarse. Como padres podemos escoger en enseñar las reglas de manera clara en la que el niño sepa que le amamos, o de manera en que provocamos resentimiento y coraje. Lo que los niños necesitan es orientación parental balanceada que incluya amor y compasión, misericordia y paciencia.

Kenneth Barish de la universidad de Cornell ofrece a los padres una idea de cómo hacerle para reforzar la motivación intrínseca de los niños por hacer el bien —asumir un sistema moral de las creencias. Al igual que Haidt y Joseph, Barish señala a las décadas de investigación que llegan a la conclusión de que «el desarrollo moral en la infancia depende menos en el temor del niño al castigo y mucho más en una “buena relación social”—una relación entre padres e hijos caracterizada por un apego seguro, calor parental, y una respuesta las necesidades del niño».

Barish cita estudios que muestran que la internalización de la moral y la conducta prosocial depende no sólo de «sentimientos positivos compartidos entre padres e hijos y el uso del lenguaje emocional de la madre en conversación con el hijo» sino también a «frecuente referencias a los sentimientos de las demás personas». Haciendo y hablando sobre los errores ayuda a los niños a aprender, sin embargo, existen igualmente poderosas lecciones de tremendo éxito. Busque los momentos en que su hijo está haciendo algo bien, y anímelo (a) señalándoselo. Puede parecer ilógico, pero el refuerzo positivo realmente tiene un efecto más duradero que el castigo cuando se trata de cambiar el comportamiento.

Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson hacen referencia a estrategias similares en su libro de 2011 El Cerebro del Niño. Explican que para desarrollar un sistema moral de creencias, se requiere de la integración de las diferentes funciones del cerebro, incluyendo a lo que ellos llaman «cerebro superior» (las zonas responsables por la lógica, la razón y el control) y el «cerebro inferior» (las zonas responsables de la reacción rápida para procesar y expresar emociones).

«Un niño cuyo cerebro superior funciona correctamente mostrará algunas de las características más importantes de un ser humano maduro y saludable».

Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson, El Cerebro del Niño

Al igual que Barish, Siegel y Bryson subrayan la importancia de las interacciones positivas cálidas, así como conversaciones frecuentes sobre cómo se relacionan los pensamientos, comportamientos y reacciones, sugieren a los padres. «Formular preguntas con respecto a la moral y la ética con la mayor frecuencia sobre posibles situaciones normales y cotidianas». «Presente situaciones hipotéticas, cosa que a los niños les encante: ¿Sería aceptable pasarse un semáforo en luz roja en caso de una emergencia? Si un bravucón se estuviera metiendo con alguien en la escuela y no hay ningún adulto alrededor, ¿qué harías?» Su argumento es que los padres den a los niños una práctica guiada en la reflexión sobre la relación entre sus decisiones, su comportamiento y las consecuencias, sobre todo cuando se trata de la aplicación de las normas en el marco de la empatía y la compasión. «Involúcrese, no se Enfurezca», es una mantra de ayuda para los padres (un eco de la instrucción bíblica, «Padres, no provoquen a ira a sus hijos»). Los principios morales que los niños absorban de esta manera tendrán una influencia duradera en su identidad moral, pues descansarán sobre el fundamento que los niños tienen por el amor de sus padres, al igual de su necesidad por aprobación, así su preocupación por los sentimientos de los demás.

La investigación de Gopnik confirma esto. La empatía, señala esta, se encuentra arraigada en el apego y el contacto interpersonal que tenemos con nuestros primeros guardianes. Al interactuar los padres cara a cara con sus infantes, tranquilizándolos y respondiendo a sus necesidades, están modelando la primera «moralidad» que sus hijos ven en el mundo. Los padres sonríen a sus bebés, y los bebés reciprocan la sonrisa; la investigación muestra que aun el hecho de sonreír puede llegar muy lejos hasta hacernos sentir felices. Al imitar nuestras expresiones, los bebés aprenden las emociones y eventualmente también acerca de los deseos, intenciones y metas. La imitación no es solo una señal de que la capacidad de la empatía es probablemente innata, sino también una herramienta para extender y construir en ella. «Este cuidado intimo es un modelo de preocupación moral de lo más profundo», destaca Gopnik. «No es coincidencia que tantos grandes maestros sobre la moral hablen a cerca del amor».

Por supuesto, la imitación tiene su lado negativo. El ver amor inspira amor, solamente que lo mismo pasa con las emociones negativas: los padres agresivos y enojados que se fijan en cada falla provocan agresión reactiva en los niños. Los padres que muestran empatía tienen muchas más probabilidades de ver un comportamiento moral en sus hijos que los padres que con frecuencia recurren al castigo físico severo, regañando y criticando. La bondad, la empatía y el refuerzo positivo constante son las herramientas más poderosas para promover la conciencia moral en los niños.

LIMITACIONES DE LA LEY Y EL AMOR

Aun con un buen entendimiento de estos principios, existen algunas trampas de las que hay que cuidarse—algunas limitaciones en el enfoque natural del cerebro humano, tanto el seguimiento de reglas y la empatía. «La empatía afirma la moralidad, aunque la moralidad va más allá de la empatía», Gopnik formula. «Después de todo, el que usted llore cuando otra persona está de pena, de hecho no ayuda de nada—simple empatía podría ser simplemente una actitud intemperante».

«Ni la más empática de las respuestas emocionales, la conciencia más aguda, ni la mejor de las intenciones pueden hacer mucho por el bien social si carece de la fuerza de carácter necesaria para sumir la responsabilidad de las propias acciones».

William Damon, The Moral Child: Nurturing Children's Natural Moral

Esta es una de las razones por que necesitamos reglas; estas nos ayudan a obrar con empatía en formas que hacen una verdadera diferencia. Sin embargo, seguir las reglas sin pensar, sin entender su propósito original, es un peligro en potencia. Podemos estar muy orgullosos de nuestra atención consciente a las reglas, pero si una norma es errónea o ha sobrevivido a su propósito, no beneficiamos a nadie, incluyéndonos a nosotros mismos. Luego tenemos la tendencia innata de limitar nuestra empatía con los de nuestros propios grupos sociales. Múltiples estudios demuestran que cuando se separa a la gente en categorías o grupos, incluso por nada más importante que el color de la camiseta, estos se comienzan a identificar con su propio grupo y a despersonalizar a los del otro grupo. Inclusive los bebés categorizan a las personas de esta manera. Tenemos que ser enseñados constantemente a extender nuestra empatía más allá de lo autómata—para borrar las fronteras entre «la gente como nosotros» y los «extraños». Empero, ¿Cómo?

Gopnik sugiere que podemos tomar el ejemplo de maestros ejemplares de la moral. «En la Biblia», escribe, el mandamiento de «amar a tu prójimo» es seguido por el más difícil «amar al extranjero» y, finalmente, el aún más difícil «Ama a tu enemigo como a ti mismo». Esto va más allá de la huella genética humana: incluso puede parecer imposible. Sin embargo, existen requisitos adjuntos para «meditar» sobre la ley (definida como una ley de amor), además, existen recientes investigaciones de que esta es una práctica muy útil. (Véase, «M-Mayúscula, de Moralidad»)

Investigadores de la emoción tales como Richard J. Davidson han desarrollado una manera secular de meditación haciendo un llamado al acercamiento que, resulta ser similar a lo descrito en la Biblia: practicar la simpatía y compasión hacia un ser querido, y luego extenderlo a una persona que no conoce, y finalmente a un enemigo. Davidson le llama meditación de la «compasión incondicional» y ha estudiado sus efectos a largo plazo en la actividad cerebral—medida en un aumento de empatía o la curación de algunas formas de enfermedad mental—utilizando imágenes de resonancia magnética funcional (IRMf).

¿Sus descubrimientos? La meditación de la «compasión incondicional» hace que sea más fácil para las personas sentir empatía, mientras que también incrementa el optimismo; produce cambios en la actividad cerebral que sugieren un aumento de la capacidad de sentir la alegría de otros, así como la tristeza, y el aumento de la capacidad por el altruismo, así como una disminución en el tipo de angustia personal que puede llevar a la depresión e interferir en el camino por ayudar a otros. Por otra parte, este tipo de pensamiento parece producir cambios duraderos en la estructura del cerebro: «Fortalece las conexiones entre la corteza prefrontal y otras regiones del cerebro importantes para la empatía».

Esto también lo describen Siegel y Bryson: un cerebro superior bien integrado que incorpora buena toma de decisiones, dominio propio, entendimiento propio y empatía es de vital importancia para el desarrollo de un fuerte sentido de la moral, «no solo en cuanto al bien y el mal, sino que también en lo que es de gran beneficio más allá de sus necesidades personales». Si estos componentes suenan familiar, es porque son un eco de las cinco aptitudes básicas de Guerra y Bradshaw para el desarrollo de los niños, los primeros cuatro de los cuales son fundamentales para el desarrollo de la quinta, un sistema moral de creencia. Los padres que intencionalmente cultivan estas en sus hijos les están haciende un favor que puede beneficiarles en un nivel más alto que el promedio en salud mental. En su libro de 2010 Mindsight, Siegel escribe acerca de un nivel de salud mental en el que nos damos cuenta de que somos «parte de un todo mucho más grande». Señala a la investigación sobre la felicidad y la sabiduría, dice «esta sensación de interconexión parece ser el núcleo de una vida de significado y propósito».

El entendimiento de que somos parte de un todo mucho más grande es parte de un trascendente sistema de creencia La comprensión de que somos parte de un todo mucho más grande es parte de un sistema de creencias trascendentes (tal como la creencia en Dios que engendra un sentido perdurable de propósito y significado primordial en la vida), y los investigadores por mucho tiempo han estudiado los beneficios de dichas. Froma Walsh asesora en resistencia familiar sostiene que las creencias trascendentes son una clave importante para la resistencia psicológica, ya que «ofrecen claridad sobre nuestra vida y consuelo en la aflicción, hacen de los eventos inesperados menos amenazantes y fomentan la aceptación de las situaciones que no se pueden cambiar». Un sistema moral de valores que incluye creencias trascendentales pueden acarrear al niño—y de hecho a toda la familia—en tiempos severos de crisis: «Sin esta amplia perspectiva, o compás moral», comenta Walsh, «somos más vulnerables a la desesperanza y desesperación».

«Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él».

Proverbios 22:6, RVC

Walsh estimula a otros terapeutas a ayudar a las familias que se encuentran en crisis, ayudándoles a zahondar profundamente en sus valores fundamentales. Las familias deben ser animadas a vivir en formas que sean consistentes con sus creencias, porque «la congruencia entre creencias y prácticas religiosas y espirituales produce una sensación general de bienestar y plenitud».

¿Por qué la necesidad de conectarse a un mayor todo nos llega tan profundamente? ¿Por qué las preguntas sobre el sentido de la vida y su significado moral son tan universales? ¿Por qué tenemos emociones de temor y asombro y la intuición de que hay algo más grande que nosotros mismos? Gopnik admite que los científicos no tienen las respuestas a estas preguntas. Sin embargo estas intuiciones son reales, dice—tan reales como nuestros impulsos por la ley y el amor. Todos son conocidos por ser parte de un sistema sano, moral de creencia. Y a pesar de que estas intuiciones no son completas, la capacidad innata del cerebro para cambiar y crecer da a los padres la oportunidad de ayudar a los niños a construir en ellos a medida que se desarrollan.