En Cuanto a la Guerra y la Paz

The Great War: A Combat History of the First World War

Peter Hart. 2013. Oxford University Press, New York. 544 pages.

The Last of the Doughboys: The Forgotten Generation and Their Forgotten World War

Richard Rubin. 2013. Houghton Mifflin Harcourt, New York. 528 pages.

The War That Ended Peace: The Road to 1914

Margaret MacMillan. 2013. Random House, New York. 784 pages.

La Gran Guerra. I Guerra Mundial. La Primera Guerra Mundial. La Guerra para Acabar con Todas las Guerras. Sin importar como se le llame, el conflicto que sacudió el mundo entre 1914 y 1918, un siglo más tarde aún demanda de nuestra atención. Una de las razones podría ser la magnitud de la guerra, la cual fue vasta en términos a su alcance geográfico. La acción tuvo lugar por tierra mar y aire, en Francia, Bélgica, Italia, Serbia, Rusia, Austria-Hungría, Turquía, Grecia y el Oriente Medio. En parte debido al colonialismo, se extrajeron tropas incluso de más lejos: Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Senegal, Argelia, India y más. Por otro lado, además, debido a los objetivos estratégicos y las alianzas políticas, las naciones como Japón, Montenegro, Bulgaria y los Estados Unidos también fueron atraídos. La lista completa de todos los implicados es extensa.

La guerra se produjo en un momento en que el mundo estaba cambiando rápidamente, jactándose de muchas nuevas invenciones e innovaciones. Junto con los métodos de producción masiva, esto aseguró la industrialización de las armas. Generándose entonces un conflicto como nunca antes, con un número de bajas de proporciones asombrosas. Los cálculos difieren, pero para el final de la guerra de 8.5 a 10 millones de soldados habían muerto además de otros 21 millones de heridos; las cicatrices mentales son más difíciles de enumerar. Aunado a esto, millones de civiles murieron debido a la acción militar o murieron a causa de la hambruna causada por la guerra y la enfermedad.

Después de la guerra surgió un continuo un flujo de memorias, muchas de ellas buscando exonerar a individuos o naciones y repartir las culpas en otros lugares. Desde ese entonces, innumerables textos se han escrito analizando ese periodo en la historia. Hoy, cuando el mundo celebra el centenario del inicio fatídico de este conflicto, la I Guerra Mundial sigue siendo un terreno fértil para los autores. Tres nuevas presentaciones nos proporcionan perspectivas muy diferentes, y para una generación bastante alejada de los acontecimientos y al parecer no muy cercana a la verdadera paz, que proporcionan una idea de un mundo a veces sorprendentemente diferente al nuestro—y sin embargo demasiado familiar.

La Curva de Aprendizaje

El primero de estos libros se titula simplemente La Gran Guerra. Su autor es Peter Hart, es un historiador en el Museo de Guerra Imperial de Londres, quien ha escrito ampliamente sobre la Primera Guerra Mundial y funge como guía en los campos de batalla del Frente Occidental y Gallipoli (en lo que hoy es Turquía).

El libro comienza con un examen de los acontecimientos que condujeron a la guerra, y luego avanza a través de cada fase—en gran parte por orden cronológico—centrándose a su vez en los diversos escenarios bélicos. Se trata de un informe exhaustivo y detallado que da una descripción pormenorizada de las grandes batallas, los principales protagonistas, las tácticas utilizadas y las personalidades involucradas. El relato está entremezclado con cartas a veces personales, a menudo conmovedoras, dando un sentido real de la situación desesperada en la que muchos vivieron, combatieron y murieron.

Uno de los temas sobresalientes dentro del libro es la naturaleza oscilante de gran parte de los combates. Por ejemplo, en el frente occidental en 1915, el X Ejército Francés atacó a lo largo de la colina de Notre Dame de Lorette, con el objetivo principal de presionar por el lado de Vimy Ridge, el cual ganaron; pero el fuerte contrataque alemán significó que se había perdido de nuevo al anochecer. Hart explica, «El problema se hacía cada vez más evidente: la metodología empleada para la captura de una posición estratégica también podía ser utilizada por el otro bando para recuperarla». El resultado fue que «la lucha degeneró en un sangriento avance mientras los franceses proseguían lentamente su maltrecho camino a través de la Espuela de Notre Dame de Lorette. Esto fue un verdadero degolladero».

Muchos habían pensado que cuando una guerra general europea llegara sería corta. Dicho punto de vista no tomó en cuenta los estancamientos que se producirían ya que cada parte hizo mejoras en las tácticas, las armas y la movilización de tropas, así como la canalización de recursos financieros y humanos en el conflicto, sólo para reanudar con una mayor fuerza y determinación.

Hart ilustra este hecho en referencia a la experiencia del ejército británico durante la batalla de Somme en 1916. En relación a un bombardeo de artillería planificado por las filas del frente alemán, defensas de alambre de púas y las agresiones con cañones, explica: «Los británicos creían haber asimilado las diferentes lecciones de las ofensivas de la Alianza en 1915». Sin embargo, hubieron complicaciones: «Estaban aprendiendo, pero a la misma vez lo hacían también los alemanes». Por lo tanto, a pesar de varios días de intenso ataque, el fuego de barrera parecía haber causado más destrucción de lo que en realidad hizo, el progreso británico en las tácticas estaba siendo contrarrestado por una mejor defensa alemana. Cuando los hombres salieron de sus trincheras y cruzaron por la Tierra de Nadie para encarar al enemigo en la mañana del primero de julio, el resultado nuevamente fue «una absoluta carnicería». Hubo 57,000 bajas británicas tan solo en el primer día en Somme.

La Gran Guerra puso en claro que los parámetros de la guerra cambiaban constantemente. La ingeniosidad humana, tan maravillosamente empleada en varias ocasiones para crear un mundo mejor, fue empleada para destruirlo. Con frecuencia Hart hace referencias al mejoramiento en el armamento—tanques, metralletas, barcos de guerra, aeroplanos—al igual que en las tácticas, como la barrera móvil, en donde el fuego de artillería se establecía antes del avance de las tropas mientras cruzan la Tierra de Nadie. El ejército francés no sólo entró en la guerra con falta de formación de táctica adecuada y un conocimiento estratégico moderno, sino que el poilu, o soldados de infantería, estaban vestidos con uniformes del siglo 19: pantalones de color rojo brillante y chaquetas azules. El ejército francés se enfrentó a una empinada curva de aprendizaje, al igual que las fuerzas estadounidenses cuando entraron en la guerra en 1917.

Aprender acerca de la guerra y armamento es ahora un aspecto ampliamente aceptado de la existencia humana. Esto se refleja en nuestra política y las negociaciones internacionales y es un factor importante en los planes de gasto de los gobiernos de todo el mundo. Hart concluye declarando que la Gran Guerra «no fue—ni nunca fue—una guerra para terminar con otras guerras». En su lugar, «demostró ser un catalizador eficaz para la siembra de las semillas de los numerosos conflictos que han desfigurado la historia humana desde entonces».

Ecos del Pasado

Richard Rubin nos ofrece una perspectiva muy diferente sobre la guerra en su libro The Last of the Doughboys. Rubin escribe para una variedad de publicaciones, incluyendo el periódico New York Times.

Su libro se centra de manera predominante en la función de las tropas estadounidenses durante la Primera Guerra Mundial. Trata menos sobre el gran alcance de los acontecimientos históricos y, como tal, carece de un contexto más amplio para ayudar a informar a los lectores sobre lo que pasó y por qué pasó. Sin embargo, si proporciona una historia más íntima basada en entrevistas con algunos de los últimos de aquellos que experimentaron la guerra en carne propia. Aunque varios tenían experiencia de combate limitada, sus historias ayudan a extraer los aspectos de la guerra frecuentemente pasados ​​por alto; no todo era acerca de la guerra de trincheras. El estilo del libro de Rubin es algo conversacional, con el autor frecuentemente introduciéndose en la narrativa. Puede que a algunos les guste este enfoque, aunque tienda a distraer lo sentimental del asunto en cuestión.

Uno de los veteranos que entrevistó por ahí en el 2003 fue a William J. Lake, que en ese entonces tenía cerca de 107 años. Poco antes de haber cumplido 22 años fue reclutado en el ejército en la 91ª División, el 362º regimiento de infantería, y en concreto en la compañía de ametralladoras. Llegó al frente el 29 de septiembre de 1918. Las órdenes para la 91ª ese día fue el de avanzar sin importar el costo; para el regimiento de Lake significaba cruzar a campo traviesa sujetos al fuego enemigo por tres frentes.

Rubin explica que las ametralladoras eran objetivos de alta prioridad debido a los daños que causaban. Los hombres que iban desde y hacia el depósito de suministros en busca de municiones fueron atacados también; este era el trabajo del soldado Lake. Le pregunté en la entrevista cómo se sentía en ese momento, respondió: «Da bastante miedo, te voy a decir, porque no sabes cuándo vas a lograrlo. … Podías oír las balas perdidas zumbándote por todos lados». Tuvo una serie de tiros cercanos, con la metralla pasando a través de la solapa de su abrigo a dos centímetros de su espalda, y el tacón de su zapato siendo arrancado por una bala. Lake también contó que en una ocasión estaba sentado a medio metro de distancia de otro soldado que fue muerto por un franco tirador. Rubin destaca: «Dijo esta historia varias veces en el transcurso de nuestra conversación de dos horas, y aunque él nunca tuvo nada nuevo que añadir, continuo con el mismo tema: Lo escogieron a él en lugar de mí».

Como parte de su investigación para el libro, Rubin visitó algunos de los campos de batalla en Francia. Caminando los campos con un guía, se encontró con balas (probablemente de un Máuser 98 alemán), cargador de cartucho, trozos de uniforme, y un casquillo sin estallar, del cual su guía informó a la policía. Aparentemente, unas cuantas personas siguen muriendo o quedan mutiladas cada año en Francia y Bélgica a causa de los proyectiles de la Primera Guerra Mundial. Rubin nos dice: «La tierra está constantemente regurgitando los residuos de la guerra», y se espera que lo haga por otros dos o tres siglos. La razón puede ser entendida cuando uno comienza a comprender la magnitud del fuego de la artillería utilizada. En 1917 durante el bombardeo inicial en la batalla de Messines por el frente occidental 3,561,530 de proyectiles fueron disparados contra el frente de batalla alemán, junto con millones de balas disparadas sobre las cabezas de las tropas británicas una vez que comenzaron a avanzar. Esto era un ejército, en una ocasión, en una batalla, en un frente. En la batalla de Verdún en 1916, se estima que los franceses y los alemanes arrojaron 20,000,000 de casquillos unos a otros. No es de extrañar que aún quede mucho por encontrar.

Además, no solo son artefactos de guerra los que se han descubierto, sino también restos humanos. Algunos estiman que son 100,000 el número de hombres que sus restos no han sido descubiertos. Cuando se les encuentra en Francia, son llevados a Douaumont, donde está un cementerio que contiene de 15–16,000 tumbas marcadas así como un osario que contiene los huesos de cerca de 130,000 bajas sin identificar.

Otro veterano que Rubin entrevistó fue Frank Woodruff Buckles. Cuando murió en 2011 a la edad de 110 años, él era el último veterano norteamericano conocido de la I Guerra Mundial. Rubin explica el significado de su muerte: «Crea un amplio espacio de separación entre nosotros y el suceso. … Puedes deambular por un terreno boscoso y aún encontrar marcas de hoyos de proyectiles, husmear fortines de concreto derruidos, zigzaguear por las poco profundas trincheras, llenar una bolsa de supermercado con metralla en un campo recién arado. Nada de esto es igual que hablar con alguien que estuvo ahí».

El Camino a la Guerra, El Camino a la Paz

Para empezar, estos dos libros sólo esbozan el por qué sucedió la guerra. Es en esto donde el tercer volumen sobresale. 1914 de la Paz a la Guerra por la profesora de historia en Oxford Margaret MacMillan es un recuento detallado de los eventos que condujeron a la guerra, poniendo las decisiones tomadas por los distintos líderes políticos y militares dentro de su contexto histórico. El alcance es impresionante, captando, por ejemplo, las presiones internas y los disturbios civiles enfrentando a los distintos países; la necesidad de las alianzas económicas y militares entre las naciones; el papel del colonialismo y el deseo de las naciones por prestigio en la escena internacional; el creciente impacto del nacionalismo y el militarismo; la influencia de los conflictos del pasado y cómo las crisis actuales han sido manipuladas. El volumen es muy amplio y, sin embargo detallado, con un análisis profundo de los dirigentes: los primeros ministros, los secretarios de relaciones exteriores, los diplomáticos, los presidentes, los miembros de la realeza, los líderes militares, y así sucesivamente. Es también una historia de errores, confusión, falta de comunicación y un mal momento.

MacMillan muestra claramente cómo las opciones de Europa se estrecharon en las décadas anteriores a 1914, así como los puntos de inflexión que la llevó a la guerra. Entre ellos incluyen a Francia buscando una alianza defensiva con Rusia por temor a la agresión y la dominación alemana, junto con la necesidad de Rusia en las finanzas, en gran parte tomada de Francia. Otros factores incluyen a Alemania, comenzando una carrera naval con Gran Bretaña, en parte debido a la disposición del Káiser y sus esfuerzos para romper la Entente Cordiale entre Francia y Gran Bretaña durante la primera crisis en Marruecos, que fue contraproducente ya que las dos naciones en realidad se acercaron más. MacMillan propone: «Serias crisis subsecuentes de Europa—la crisis de Bosnia en 1908, la segunda en Marruecos en 1911, y la guerra de los Balcanes de 1912 y 1913—añadió a las capas de resentimiento, sospechas y recuerdos que dieron forma a las relaciones entre las grandes potencias. Ese es el contexto en el que se tomaron las decisiones en 1914».

Al principio del libro el autor invita a los lectores a considerar cómo suceden las guerras y cómo se puede mantener la paz. Ella sostiene que existen similitudes entre nuestros tiempos y los anteriores a 1914, con las protestas revolucionarias y movimientos religiosos agresivos, aunado con las tensiones entre las naciones ascendentes y descendentes. Ella indica que: «Las naciones se enfrentan entre sí, como lo hicieron antes de 1914, en lo que sus líderes se imaginaban era un juego controlado de farol y contra-farol. Sin embargo que tan fácil y de repente Europa pasó de la paz a la guerra en esos cinco semanas después del asesinato del archiduque».

Un hecho que McMillan pasa por alto en su búsqueda de respuestas es que, para empezar, la paz nunca existió. Si otra guerra mundial fuera a empezar ahora, sería, sin duda, devastador para nuestro planeta. No obstante, es simplemente cuestión de magnitud. ¿Podemos afirmar que vivimos en un mundo en paz sólo en base a que no nos enfrentamos a la aniquilación inminente? Sin duda esa es una pobre definición de paz. El mundo antes de 1914, como el nuestro hoy, sufrió de una falta de paz en todos los niveles de la sociedad.

Sin embargo, esto era cierto mucho antes del estallido de la Gran Guerra. Hace más de 2,700 años, el profeta bíblico Isaías dejó claro que la paz simplemente elude a la humanidad: «No conocen el camino de la paz, ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas, y todo el que las siga jamás conocerá la paz» (Isaías 59:8). ¿Y por qué esta falta de paz? Santiago, el hermano de Jesús, formuló y respondió la pregunta: «¿De dónde vienen las guerras y las peleas entre ustedes? ¿Acaso no vienen de sus pasiones, las cuales luchan dentro de ustedes mismos?» (Santiago 4:1, Versión Reina Valera Contemporánea).

La búsqueda del ser humano no debería ser únicamente la de evitar la guerra a una escala épica. Esa estrategia siempre ha fallado y siempre fallará. El camino hacia la paz comienza a nivel personal al determinar cada uno en seguir un camino de vida que guie a la paz y permita a nuestros corazones de piedra ser renovados por aquel conocido como Príncipe de Paz (Isaías 9:6). Para que ese proceso se extienda a través de todo el mundo, necesitaremos esperar por ese Príncipe, llamado también Rey de Reyes.

Mientras tanto, como lo cita Robin en The Last of the Doughboys, los soldados que pelearon en la I Guerra Mundial ya no existen. La tierra sigue dando sus muertos, en ocasiones, sin embargo la Biblia predice un tiempo cuando los muertos, no importa dónde, cuándo ni cómo murieron, serán restaurados a la vida. (Apocalipsis 20:13, Revisión RVC). Isaías también habla de una futura resurrección a vida, una época cuando «Tus muertos vivirán; sus cadáveres volverán a la vida. Los que ahora habitan en el polvo se despertarán y cantarán de alegría» (Isaías 26:19, ESV).

La Biblia tiene mucho más que decir sobre esta época que se avecina. Hart señala en La Gran Guerra que aun continuamos aprendiendo sobre la guerra—que la I Guerra Mundial lejos de acabar con las guerras, de hecho plantó las semillas de las guerras subsiguientes. Ahora, de acuerdo a las Escrituras, viene una era cuando esto ya no será el caso, Habrá nuevas prioridades, un nuevo sistema de gobierno, y una nueva manera de tratar con las disputas. «¡Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob! Él nos guiará por sus caminos, y nosotros iremos por sus sendas’. … Él juzgará entre las naciones, y dictará sentencia a muchos pueblos. Y ellos convertirán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces. Ninguna nación levantará la espada contra otra nación, ni se entrenarán más para hacer la guerra» (Isaías 2:3–4).