Dios y la Violencia

¿En dónde estaba Dios cuando «los grandes dictadores» del siglo pasado provocaron la muerte de millones de personas inocentes, muchos de ellos sus propios compatriotas? Cuando Stalin purgó de 5 a 9 millones de los suyos por medio de hambrunas y arbitrarias cuotas de la muerte entre los años 1920 y 1930, y cuando Hitler aprobó el exterminio sistemático de 11 millones de personas inocentes, hombres, mujeres y niños, más de la mitad de ellos judíos, ¿les volteó Dios la espalda? ¿Qué podemos decir de la eliminación despiadada de 70 a 80 millones de personas por Mao Zedong durante su gobierno? ¿Le importó a Dios?

«Con las monstruosas armas que el hombre ya posee, la humanidad está en peligro de verse entrampada en este mundo debido a su inmadurez moral. Nuestro conocimiento de ciencias claramente ha superado nuestra capacidad de control».

General Omar N. Bradley, Armistice Day Address, 1948

La molesta pregunta de la «teodicea», o la relación de Dios con la maldad, nos continúa plagando. La incapacidad para resolver «el problema de la maldad» ha distanciado a muchos de Dios.

Uno de los aspectos más enigmáticos y desconcertantes de la Biblia es lo que parece ser la aprobación de Dios de la violencia en ciertas situaciones. Esto es cierto, incluso la de su propio Hijo. ¿Por qué un Dios de amor permitió que su hijo muriera una de las muertes más terribles? Cuando Jesús estaba en el madero de la crucifixión, exclamó, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46). ¿Fue realmente abandonado por su padre?

¿Cómo puede un Dios que dice ser un padre amoroso aprobar la violencia y estar dispuesto a impedir el sufrimiento?

EL VIOLENTO APOCALIPSIS

Algunos estudiosos consideran el problemático libro del Apocalipsis con su violento derrocamiento de un sistema global religioso, político y económico humano al regreso de Jesucristo como un fomento violento en nombre de Dios. David Frankfurter de la Universidad de Boston le dijo a Visión, «Tendría cuidado en decir que el [Apocalipsis] es un libro de esperanzas, tanto para las personas que están en una situación difícil en este mundo o para las personas que tienen la esperanza de un mundo mejor, por la violencia que se lleva a cabo—en contra, no de opresores, sino de aquellos que no están limpios en este texto—es un tanto extremo. Y si te vas a identificar a sí mismo como la mano de Dios y decides que vas a llegar así de lejos, pues podrías utilizar este texto—la gente lo ha usado—como licencia para hacer cosas bastante violentas». Implícito en esto está la idea de que Dios es violento con fines negativos.

Judith Kovacs y Christopher Rowland profesores en religión, reconocen este crítico punto de vista del Apocalipsis de parte de muchos: «Su catálogo de desastre y destrucción, al parecer sancionado por Dios, sus gritos de venganza y su terrible regodeo con la caída de Babilonia, todo parece tan contrario al espíritu de Jesús» (Revelation: The Apocalypse of Jesus Christ [Blackwell Bible Commentaries], 2004).

¿Un Jesús Apacible?

El punto de vista de Jesús sobre el mundo que le rodeaba era realista. Dijo, «No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas» (Juan 7:7).

Con primeras variaciones, Mateo y Lucas registraron las palabras de Jesús en diferente ocasión: «No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra» (Mateo 10:34–35; Lucas 12:51–53).

Cuando habló de los eventos del fin de los tiempos, Jesús dijo, «Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes» (Mateo 13:41–42). Esto sólo es necesario porque los seres humanos voluntariamente han seguido el camino que Satanás les ha conducido. Sin arrepentirse, el pecado sólo puede llevar a la muerte eterna.

Estos autores sugieren que puede ser difícil conciliar el Jesús de los Evangelios con el Jesús del Apocalipsis. Sin embargo, Mateo, Marcos, Lucas y Juan revelan un Jesús que hace declaraciones enunciativas y toma medidas definitivas contra el agravio humano.

El considerar el tema de la violencia, ayuda a distinguir entre lo humano y lo divino. ¿Existe alguna diferencia entre la guerra humana y la guerra de acuerdo a Dios? ¿Existe contradicción alguna entre Cristo como Rey conquistador de reyes y como el Príncipe de Paz?

«La guerra parece inseparable de nuestra condición humana».

Victor Davis Hanson, The Father of Us All: War and History, Ancient and Modern

El profeta Isaías comparte esta perspectiva: «Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni son sus caminos mis caminos. Así como los cielos son más altos que la tierra, también mis caminos y mis pensamientos son más altos que los caminos y pensamientos de ustedes» (Isaías 55:8–9, ESV). Este paso es fundamental para comprender la violencia llevada a cabo por Dios.

En el Apocalipsis, el regreso del Mesías es presentado como un guerrero a caballo manchado de sangre. La diferencia clave entre Cristo y sus enemigos es que Él actúa basándose en la justicia o los principios correctos. Juan escribe: «Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES» (Apocalipsis 19:11–16).

Partiendo de este relato, el regreso de Cristo, sin duda significará un final violento a la oposición del hombre hacia Dios.

¿QUIÉN LUCHA CONTRA QUIÉN?

Exactamente ¿quiénes son los protagonistas en esta confrontación final? Juan escribe, «Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército»(Apocalipsis 19:19).

Aquí observamos que se trata de un amplio sector de la humanidad que lucha contra el regreso de Cristo, bajo la dirección de uno identificado como «la bestia», un hombre de gran crueldad y astucia. Este superlíder pasa a primer plano en un momento de crisis universal. Los ejércitos estarán reunidos por espíritus malos: «Pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso» (Apocalipsis 16:13–14); «Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón» (versículo 16, RVC). Armagedón (en hebreo, Har Megiddo, «Monte Megido»), conocido de otra forma como el Plano, Llanura o el Valle de Jezreel, hoy en día al norte de Israel.

Estos malos espíritus son los mismos ángeles caídos que se alzaron en guerra contra Dios, bajo la violenta influencia de Satanás durante su rebelión antes de que existiera la humanidad. La violencia es parte de su naturaleza y subyace en sus actividades (Ezequiel 28:16; Isaías 14:12–17). Puesto que es el Adversario (en Hebreo, satan), la oposición es su modus operandi.

Entre los que luchan contra Cristo habrá 10 líderes y sus ejércitos: «Y los diez cuernos que has visto, son diez reyes, que aún no han recibido reino; pero por una hora recibirán autoridad como reyes juntamente con la bestia. Estos tienen un mismo propósito, y entregarán su poder y su autoridad a la bestia. Pelearán contra el Cordero» (Apocalipsis 17:12–14).

Una vez que las naciones se hayan amasado en Armagedón, harán su camino hacia el sur, y serán reunidos por Dios, cerca de Jerusalén. El profeta Zacarías habló de este tiempo cuando escribió sobre la intervención final de Cristo en los asuntos humanos: «He aquí el día del SEÑOR viene. … Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén. … Después saldrá el SEÑOR y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla. Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos» (Zacarías 14:1–4).

El resultado inmediato de esta batalla es la destrucción de los enemigos de Cristo: «Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos» (Apocalipsis 19:20–21).

Se trata de un final terriblemente violento a la época de mayor violencia en la historia humana.

UNA HISTORIA DE OPOSICIÓN

¿Por qué tiene Cristo que hacer la guerra? La respuesta está en cómo trata Dios a la naturaleza humana y su actitud subyacente, la cual se origina en un ser impío. Es la influencia y acción de este ser que da lugar a la intervención de Cristo al final de esta era. Así que, vamos a ver que sucede al final de una larga historia de oposición.

Como hemos señalado, Satanás es un ser violento que precede a la humanidad en oposición a Dios. Su violencia es impía. No hace la guerra en justicia. Satanás es el que está detrás de la oposición humana a Dios. Considere la posibilidad de que

  • Persuadió a Adán y Eva a oponerse a su Creador—violaron su relación con Dios ( «violar» es obrar con violencia);
  • Sacó provecho de la debilidad y frustración personal de Caín para vencer la tentación de pecar y le animó a violentar a contra Abel;
  • Motivó al mundo Antediluviano a volverse violento y corrupto que Dios tuvo que intervenir destruyéndolo.

Poco después del diluvio, Nimrod emergió como una persona desafiante, se opuso a Dios —«un vigoroso cazador» (Génesis 10:9) y, como sabemos, un tirano, un déspota, «el primer poderoso en la tierra» (1 Crónicas 1:10, RVC).

A pesar que el linaje de Caín había terminado, emergió Nimrod, y su similar modo de ser aún prevalece entre la humanidad. En la actualidad estamos tratando con el legado de Caín —Lo que Judas en el Nuevo Testamento identifica como «el camino de Caín» (versículo 11), y lo que nosotros podríamos también llamar «el camino de Nimrod», identificado de otra manera como «La Gran Babilonia» (Daniel 4:30; Apocalipsis 16:19) según la ciudad, el sistema y el estilo de vida que este fundó en Babel. El libro de Apocalipsis trata con el fin último de este sistema que ha plagado a la humanidad. Se trata de un orden económico que esclaviza y violenta de forma masiva a todos los seres humanos. Comercia con «los cuerpos y almas de los hombres» (Apocalipsis 18:13, RVC) o «vidas humanas» (NIV).

El desafío de Nimrod y los que siguieron su camino en Babel no fueron sorpresa alguna para Dios. Inmediatamente después del Diluvio, concluyó que la humanidad no podría cambiar por si sola: «No volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque desde su juventud las intenciones del corazón del hombre son malas. Y tampoco volveré a destruir a todo ser vivo, como lo he hecho» (Génesis 8:21). Nada había cambiado de cómo la gente piensa de forma natural; este es el mismo lenguaje que Dios dijo de la humanidad poco antes del Diluvio (véase Génesis 6:5).

La violencia humana y la guerra injusta fueron la razón que Dios tuvo que intervenir antes, y va a ser parte de la razón por la que interviene en el futuro.

En cuanto a los seres humanos se refiere, la guerra es casi siempre la única respuesta, pero por razones injustas. Los «Grandes Dictadores» fueron hombres que se pensaban. No obstante, no pueden producir paz de sus guerras y violencias—solamente más de lo mismo. Todo es una manifestación terrible de la depravación a la que Satanás ha llevado a la gente. Para aquellos que serán desafiantes en la era final antes de la venida de Cristo, una guerra justa es la única manera en que Dios puede tratar con ellos. Dios hace la guerra por razones justas.

UNA SABIDURÍA EXCEPCIONAL

Han existido aquellos que hasta cierta medida han entendido cual es problema del hombre. El horror de la guerra les ha enseñado a algunos hombres de la milicia verdades importantes. En 1951, el líder norteamericano de la II Guerra Mundial Douglas MacArthur dijo: «Las alianzas militares, los balances de poder, las ligas de las naciones—han fallado en su momento, dejando como única salida la vía del crisol de la guerra. La destrucción que encierra la guerra nos ha cerrado esta alternativa. Tuvimos nuestra última oportunidad. Si no diseñamos un sistema mejor y más equitativo, nuestro Armagedón llegará a nuestra puerta. El problema es básicamente teológico, y encierra un renacimiento espiritual, un mejoramiento del carácter humano acorde con nuestros casi sin par avances en las ciencias, las artes, la literatura, y todos los desarrollos materiales y culturales de los últimos dos mil años. Debe ser del espíritu si hemos de salvar la carne». MacArthur sabía que la guerra con frecuencia es la única respuesta a las diferencias humanas y que puede ser vencida solamente por medio de la renovación espiritual.

Otro que supo que los principios espirituales son la única respuesta a la violencia y agresión humana fue el general norteamericano Omar Bradley. En 1948 dijo, «Tenemos demasiados hombres de ciencia y muy pocos hombres de Dios. Hemos captado el misterio del átomo y hemos rechazado el Sermón del Monte […] El mundo ha alcanzado brillantez sin sabiduría, poder sin conciencia. El nuestro es un mundo de gigantes en el campo nuclear y enanos en el campo de la ética. Sabemos más de la guerra que de la paz, mas de matar que de saber vivir».

Pero estos hombres no son típicos, ni fueron capaces de hacer nada por la espiral descendente de la humanidad. El historiador Victor Davis Hanson lo expresa así: «El conflicto seguirá siendo el padre de familiar de todos nosotros —siempre y cuando la naturaleza humana permanezca constante e inmutable en el tiempo, el espacio y las culturas». El resumen de su declaración es que «la guerra es una empresa enteramente humana» (The Father of Us All: War and History, Ancient and Modern, 2010).

La última declaración es parcialmente cierta. Las guerras no son totalmente empresa humana. Satanás también está involucrado, y es él actor intelectual detrás de las guerras injustas. Jesús profetizó que vendría una guerra total por voluntad humana. Dijo acerca del fin de esta era del hombre, «Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados» (Mateo 24:21–22). Esta es la clase de guerra que MacArthur y Bradley temían.

Reflexionando en el por qué Cristo debe hacer la guerra, es importante también declarar que el Padre y el Hijo no consideran la vida humana de la forma en que nosotros lo hacemos. La muerte no con lleva la finalidad de como la mayoría de los humanos piensan. Ellos saben que la resurrección o el cambio a la vida espiritual son posible. Saben que la humanidad puede ser devuelta a la vida de las tumbas, de las profundidades de los océanos a los confines del espacio exterior. El Padre sabe que Su deseo es ver a toda la humanidad salva. Si la muerte llega antes de que haya empezado a trabajar con alguna persona, Él puede elegirlo así.

También saben que la maldad humana que viene del pecado no puede ser expiada sin la muerte de un sustituto, un cordero expiatorio. Esto es en lo que Jesús se convirtió voluntariamente y lo que el Padre tuvo que permitir al apartarse del pecado que cubrió. Sí abandonó a su inmaculado Hijo—el substituto por los pecados de todos nosotros. El pecado humano, el suyo y el mío, así como el de cada uno que vivió, es pagado por el sacrificio de Cristo—la muerte de un Dios en nuestro lugar.

PAZ, NO GUERRA—POR SIEMPRE

Por supuesto, la venida del Día del Señor no es solamente de guerra; también es el comienzo de un mundo nuevo. Se trata de la derrota de los enemigos de Dios y del comienzo de la paz. Tiene que ver con el comienzo de traer de nuevo a la vida a todos aquellos que murieron para que puedan tener la oportunidad de conocer el camino de Dios. Los inocentes que murieron bajo líderes violentos durante toda la historia llegaran a saber de la verdad de Dios, no del mesías falso que engaña y destruye.

«Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra».

Isaías 2:4

Jesucristo vino con un mensaje claro de la venida de una paz universal sobre la tierra, cuando la naturaleza humana pasará por una transformación. Habló de un tiempo futuro de «regeneración» (Mateo 19:28). El apóstol Pedro se refirió a la «restitución [o restauración, RV 1960] de todas las cosas» (Hechos 3:21, Reina Valera 1960). La paz es una de las cosas que será restaurada. En gran manera, en el futuro reino de Dios las guerras humanas injustas serán cosa del pasado: «Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre. Y mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo» (Isaías 32:17–18).

Esto acontece porque el justo juicio de Cristo conducirá al final de las naciones y los pueblos, incluso el aprender a hacer la guerra: «Y él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra» (Miqueas 4:3, RV 1960).

Veremos el cierre del complejo militar-industrial. La agresión no será vista como el camino a seguir. El camino de Dios será buscado y enseñado, y la proclividad humana por la guerra será prevenida: «En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: Trono de Jehová, y todas las naciones vendrán a ella en el nombre de Jehová en Jerusalén; ni andarán más tras la dureza de su malvado corazón» (Jeremías 3:17, RV 1960).

«Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron».

Apocalipsis 21:3–4, Versión Reina-Valera 1960

La manera humana de pensar, aprovechada por el líder espíritu violento, Satanás, ya no será posible. El resultado: «Nunca más se oirá en tu tierra violencia, destrucción ni quebrantamiento en tu territorio, sino que a tus muros llamarás Salvación, y a tus puertas Alabanza» (Isaías 60:18).