Tiranía Económica Voluntaria

La tierra es capaz de proporcionar independencia económica. Sin embargo en las democracias capitalistas abusamos de la tierra como un bien de consumo, extrayendo con avidez el máximo beneficio a partir de modelos insostenibles. Atrapados en la búsqueda desenfrenada de la riqueza, destruimos el verdadero valor de la tierra— su efecto estabilizante sobre la economía y nuestro tejido social— por ende condenando a la humanidad a competir interminablemente por los escasos recursos.

El problema se inició cuando aprendimos a comprar y vender terrenos. Este desarrollo legal se ve exacerbado en el mundo moderno por la aplicación de dos filosofías en el uso y desarrollo de la tierra. La primera es que, la tierra siempre debe ser desarrollada para su «máximo y mejor uso»—es decir, el uso que se espera que logre la máxima productividad económica, limitada únicamente por lo que es legalmente permisible física y financieramente posible. La segunda filosofía, es que la tierra debe ser libremente enajenable, capaz de ser vendida, canjeada o intercambiada sin restricciones, salvo las impuestas para asegurar su mayor y mejor uso.

Bajo este sistema, el valor de la tierra está basado exclusivamente en los principios del mercado libre: su utilidad para el comprador y el mejor rendimiento posible para el vendedor. Esta perspectiva institucionaliza la explotación de los recursos y la gente, porque promueve la consolidación de la tenencia de la tierra entre los ricos y restringe el uso de la tierra a aquello que produce el mayor beneficio en el menor período de tiempo. El uso potencial de la tierra varía, pero el enfoque singular en la ganancia no. Así que los propietarios están incentivados a exprimir hasta la última gota de ingresos de alquiler y de recortar los gastos, independientemente de las consecuencias a largo plazo.

Al perseguir el crecimiento perpetuo y continuo, hemos establecido un prototipo agresivo y competitivo de propietarios. Nuestro sistema artificial e insostenible infla valor de la propiedad y crea perversos incentivos. Nos preocupamos poco de las ramificaciones a largo plazo cuando podemos ser remunerados generosamente en ese mismo instante, lo demás no importa. Así, los sistemas del uso de la tierra exigen más y más productividad de la misma. Las familias son desplazadas a concentrados centros urbanos de trabajo «eficientes», mientras que las corporaciones agroindustriales extraen productos alimenticios de la moribunda tierra rezagada.

Sin embargo, la mayor explotación a un nivel más alto y funcional de su uso, de acuerdo a un análisis, es el hecho de que el valor trascendental de la tierra ha sido olvidado. Es más que una mercancía que se puede comprar y vender. Sin embargo, nuestra conexión íntima con la tierra como generadora de recursos y sustentadora de vida, sin la cual no pudiéramos sobrevivir, no es un factor dentro de la ecuación que se utiliza para calcular su valor. Desplazados de la tierra y establecidos en las ciudades para competir y sobrevivir, no sólo perdemos la capacidad de mantenernos a nosotros mismos, sino también cualquier tipo de libertad económica verdadera. Cuando los tiempos difíciles llegan, como siempre ocurre, estamos a merced de la sociedad, la cual debe asumir el costo de alimentar a los pobres y cuidar de las personas sin hogar. Ya sea que el ejemplo es la producción de alimentos por monocultivos, la manufactura generadora de contaminación, o las comunidades densamente pobladas, la salud humana y la sustentabilidad ecológica con frecuencia son sacrificadas por lo así llamado «valor óptimo».

«Y llegó el día en que los propietarios dejaron de trabajar sus fincas; cultivaron sobre el papel, olvidaron la tierra, su olor y su tacto, y sólo recordaron que era de su propiedad, sólo recordaron lo que les suponía en ganancias y pérdidas».

John Steinbeck, Las Uvas de La Ira (1939)

Es al instante evidente que dos cambios son necesarios en nuestro sistema en el aprovechamiento de la tierra En primer lugar, nuestra insostenible búsqueda de crecimiento indefinido debe ser restringida. El Creador y diseñador de esta tierra lo reconoció trazando un modelo muy diferente para la antigua nación de Israel. En segundo lugar, debemos buscar y practicar principios de mayordomía mediante los cuales comprendamos y mejoremos el valor de la tierra más allá de simples fórmulas matemáticas. ¿Qué valor en general puede colocársele a la propiedad familiar que le permita a la gente sostenerse económicamente? ¿Qué contribución podría dicho sistema del uso de la tierra, junto con el desarrollo urbano responsable, hacer para eliminar el costo del deterioro urbano, la indigencia, consumo de drogas y un sinnúmero de males que aquejan a la sociedad de hoy?

Cuando tiene que ver con nosotros mismos oprimiéndonos económica, emocional, psicológica y espiritualmente, con la idea de que nuestra economía puede y debe crecer permanentemente, es una de las mentiras más dañinas que nos decimos a nosotros mismos. ¿Por qué la tesis de un crecimiento infinito que parece racional en un mundo con recursos finitos, es un misterio?

Dicho misterio desciende rápidamente al engaño puro si nos detenemos a considerar factores tales como el crecimiento demográfico, la urbanización creciente, junto con la tasa a la que estamos consumiendo los recursos renovables y no renovables que son necesarios para sustentar la vida. ¿Cuánto tiempo se necesita antes de que nuestra búsqueda obsesiva de un crecimiento económico perpetuo nos conduzca a la destrucción de toda vida sobre la tierra por medio de guerras a causa de los recursos limitados? Tenemos que considerar cómo nuestro uso de los recursos de la Tierra puede estar conectado a cada vez más frecuentes desastres ecológicos. La descripción del apóstol Pablo de la tierra como «sujetada a vanidad» y en «esclavitud de corrupción» (Romanos 8:19-22, Reina-Valera 1962) parece ser más la descripción de nuestro tiempo que la promesa de la "libertad" prometida por el libre mercado y la democracia.

Es muy común culpar a Dios cuando ocurren desastres naturales. Sin embargo, los antiguos profetas tenían una visión diferente. El mensaje del profeta Joel (Joel 1:04-02:11) era para que los humanos cambiáramos nuestra forma de pensar y comportamiento. Vio el problema como uno de nuestra propia hechura, ocasionado porque ignoramos el propósito del Creador para su creación y su instrucción sobre cómo cuidar de esta.

Si los seres humanos tienen el poder de derrocar a los gobiernos que practican la opresión y la tiranía, ¿acaso la tierra posee una poder similar? Quizás los rebeldes del medio ambiente natural contra la opresión y la tiranía humana. Tal vez gime bajo nuestra pesada mano. Si ese es el caso, entonces la masacre de nuestros más recientes desastres ecológicos no es más que un preludio para el futuro mientras que la tierra se libra así de sus amos.

¿Y qué acerca de los de las cuotas perpetuas del crecimiento económico que extraen de nosotros a medida que trabajamos cada vez más tiempo para producir más este año que el año pasado? Incluso nuestro Creador cesó de trabajar (Génesis 2:1), y Él quiere que hagamos lo mismo (Éxodo 20:8). Lo que es más, nos requiere a hacer por la tierra lo que él está dispuesto a hacer por nosotros, dejarla descansar de su trabajo (Levítico 25:1-4, 10-11). En lugar de un crecimiento perpetuo que impone exigencias cada vez mayores en las personas y la tierra, Él ordena un descanso periódico de la presión económica. Por supuesto, la preocupación primordial sería «¿Cómo voy a comer?» (Levítico 25:18-21). Pero si el cese de la actividad económica comercial es algo que Dios requiere, tal vez deberíamos confiar en él para proveer lo que necesitamos para hacer esto posible.

O bien podemos seguir oprimiéndonos a si mismos y a la tierra y cosechar cualquier recompensa que este enfoque tiene para ofrecer.