La Verdad del Asunto

El Evangelio de Juan está repleto con coloquios acerca de la verdad, incluyendo la escena de Jesús en juicio ante Pilatos. El gobernador romano le hizo a Jesús una pregunta retórica: «¿Qué es la verdad?» (Juan 18:38). En el capitulo anterior, Juan registra una oración de Jesús en la cual ofrece una respuesta a esa pregunta: «Tu palabra es verdad» (Juan 17:17).

Los traductores siempre han leído esa declaración como la Palabra de Dios, es decir, la Biblia. Sin Embargo esa no es la única ni la mejor traducción. Frecuentemente a este versículo se le asocia con Mateo 4:4, el cual declara que «no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios». Curiosamente, «palabra» es traducida de diferentes palabras griegas en estos dos versículos. Juan utiliza logos, mientras que Mateo utiliza rhema. Juan añade que la Palabra santifica (versículo 18), o separa a algo o alguien para un servicio especifico. La Biblia indica que esto no se logra mediante la palabra hablada o escrita, sino por el sacrificio de una ofrenda o por el mismo Dios (Levítico 22:32). En el Nuevo Testamento es asociado con el sacrificio de Jesucristo.

Al haber dicho lo que expresó en Juan 17:17, Jesús vinculó el termino verdad a «el Verbo»—en griego, logos. Mientras que los traductores suelen asociar logos con las palabras de Jesús, de acuerdo a como las utilizó Juan, estas se relacionan a la misma persona de Jesucristo y a la gloria de Dios que apareció en el tabernáculo y en el templo. Fue Su existencia lo que fue verdad. Al presentar a Jesucristo como el Verbo en el primer capítulo de la narración de su Evangelio, Juan observa que está «lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:14, 17). De este modo vincula a Jesucristo con la manifestación misma de Yahveh a Moisés en el Monte Sinaí (Éxodo 34:6–7). La «gracia y verdad» en Juan 1:14 y 17 tienen un paralelo con la «misericordia y verdad» en Éxodo 34:6. Entonces el uso de verdad de Juan se deriva de las Escrituras Hebreas.

Ciertamente, el Evangelio de Juan y el libro del Éxodo fueron escritos en diferentes lenguajes, el Evangelio de Juan nos fue transmitido en griego, mientras que el Éxodo lo fue en hebreo. El termino hebreo utilizado en Éxodo 34:6 y traducido a la palabra en español verdad se deriva de una raíz que significa «estar firme o seguro». La traducción griega conocida más antigua de la Escrituras Hebreas es la Septuaginta, que aparentemente data del siglo III a.C. La Septuaginta utiliza la misma palabra griega en Éxodo 34:6 que se usa en Juan 1:14 y 17; es la palabra principal para «verdad» y «realidad». Sin embargo, los traductores estimaron que el término hebreo no se equipara totalmente con el griego, pues el hebreo transmite más detalle. Por consiguiente, en ocasiones utilizan términos tales como «fe» y «justicia» para traducir la idea hebrea de verdad.

Jesucristo, el Logos, en lugar de las palabras de la Biblia, representa la verdad de la cual Juan escribió. Cristo es la personificación de la verdad: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6). La verdad es parte del mero carácter de Dios. El apóstol Pablo, en su carta a la iglesia en Roma, entendía este concepto al escribir: «Antes bien, sea Dios veraz y todo hombre mentiroso» (Romanos 3:4).

Esto nos lleva a Satanás, quien es descrito como el padre de mentira (Juan 8:44) a pesar de que puede disfrazarse como un ángel de luz y utilizar información precisa para sus propios fines. Claramente la verdad no es solo el conocimiento correcto. También se refiere a cómo y con qué fin de utiliza ese conocimiento. Satanás lo usa con fines perversos, asi que no importa que tan correcto o justo este intente presentarse a sí mismo, «no hay verdad en él» (versículo 44).

Encontramos, entonces, que la verdad es parte de la gloria de la Divinidad y es una cualidad del espíritu que viene de Dios. También es la revelación de nuestro ser más profundo (Juan 3:21), está asociado con la manera correcta de adoración (Juan 4:23–24), y es libertadora (Juan 8:32). Se relaciona a la forma de vida de los seguidores de Jesucristo que han sido llamados a vivir en esta era, y la realidad de nuestra esperanza de vida eterna (Juan 14:6). Es una cualidad del Espíritu Santo de Dios (Juan 16:12–13), y nos santifica, o nos aparta, para fines del Padre (Juan 17:17–19).