Hacia la Cúspide del Hibris

Es una imagen perenne en la cultura occidental. Una rápida búsqueda en Internet revela la fascinación por la Torre de Babel que hemos mantenido siglo tras siglo. De hecho, un sitio Web presenta un cronograma de referencias a Babel que data del año 5000 a.C. hasta el 2001 d.C. Incluye obras de arte, música, literatura, filosofía, discursos, nuevos artículos y películas que han diseminado el tema de metas humanas mal concebidas y llenas de vanidad.

El hecho de que la imagen tenga una calidad tan duradera signifique quizá que su construcción tiene un significado mucho más profundo. Debe de existir algo trascendental en un relato bíblico de un antiguo proyecto de construcción que ha logrado sobrevivir al rechazo de las creencias religiosas de la época posterior a la Ilustración.

¿Cómo es que empezó la historia de la gran torre? El libro de la Biblia sobre el origen o los comienzos, el Génesis, nos dice que al principio de la historia de la humanidad uno de los hijos de Noé tuvo un bisnieto llamado Nimrod, a quien se describe como un hombre de considerable prestigio y liderazgo. «Nimrod… quien llegó a ser el primer poderoso en la tierra. Éste fue vigoroso cazador delante de Jehová; por lo cual se dice: Así como Nimrod, vigoroso cazador delante de Jehová. Y fue el comienzo de su reino Babel, Erec, y Acad y Calne, en la tierra de Sinar [Babilonia]» (Génesis 10:8–10). Algunos han visto esta relación con Dios en la forma negativa, traduciendo «delante de Jehová» como «ante Jehová». Ello tal vez se deba a que se presume que Nimrod fue quien construyó la primera Torre de Babel, en donde la raza humana desafiaba a Dios tratando de alcanzar el cielo, en sentido figurado.

En la historia del Génesis hay resonancias familiares con los posteriores métodos de construcción babilónicos así como con sus actitudes: «Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla» (Génesis 11:1–3). Sabemos a partir de las ruinas de Babilonia del siglo VI a.C. que fueron excavadas durante los siglos XIX y XX, que en la construcción de la ciudad utilizaron ladrillos cocidos, junto con asfalto o alquitrán como mezcla.

El relato bíblico continúa con un comentario sobre la actitud de los primeros habitantes de Babilonia: «Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra» (Génesis 11:4).

También tenemos conocimiento de ideas similares relacionadas con la reconstrucción de una torre en Babilonia por el Rey Nabopolasar (quien reinó alrededor del 625–605 a.C.) y su hijo Nabucodonosor (605–562 a.C.). El padre, fundador del Imperio Neobabilónico, se dedicó a reconstruir las ruinas de una torre escalonada, o zigurat, de nombre Etemenanki. De acuerdo con el Nuevo Diccionario de la Biblia, Etemenanki es sumerio y significa «la Construcción de los Cimientos del Cielo y la Tierra» «cuya cúspide alcanza al cielo». Dicha torre guarda relación con el templo de Marduk, conocido como Esagila, que, una vez más de acuerdo con el Nuevo Diccionario de la Biblia, significa «la Construcción cuya cúspide está en el cielo». Nabopolasar escribió una devota inscripción encontrada en el sitio donde se lee parcialmente: «Marduk, mi Señor, me ordenó fortificar los cimientos del Etemenanki, el Zigurat de Babilonia... y permitir que su cumbre rivalizara con los cielos». Al concluir la obra, por lo que decía Nabucodonosor, éste intentaba que el edificio durara «una eternidad».

El concepto de una construcción humana de cualquier tipo que desafiara a Dios y Su propósito tal vez lleva consigo la conciencia involuntaria de que algo falta pierde en la relación humana con Él. También es cierto que a nosotros, los humanos, nos gusta superar lo evidentemente imposible y asimismo disfrutamos de nuestros propios grandes logros. Quizá estos dos impulsos explican la longevidad de la imagen y nuestra continua fascinación por ella.

Las aplicaciones visuales del icono eterno incluyen La Pequeña Torre de Babel creada por Pieter Bruegel el Viejo (aprox. 1525–1569), quien era miembro de un movimiento europeo de pintores que se especializaron en obras en donde la torre era el tema principal. Bruegel había visitado Roma y basó su obra en sus impresiones del Coliseo. El artista holandés del siglo XX, M.C. Escher (1898–1972), creó en 1928 su propia interpretación de la torre. El Consejo de Europa utilizó el antiguo símbolo en un póster basado en una segunda pintura de la torre hecha por Bruegel. También apareció en la publicación del otoño de 1996 de International Currency Review, una revista de la comunidad financiera mundial.

No obstante la humana fascinación sempiterna por la torre, Dios no estaba contento con su construcción. Como se lee en el libro del Génesis: «Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra» (Génesis 11:5–9).

Dios no se oponía tanto a la estructura física ni al esfuerzo puesto en su construcción, sino a la hibris, la actitud arrogante y llena de engreimiento de sus constructores.