Una Cruz de Hierro

Cuando Jesús le dijo a sus discípulos acerca de cuatro condiciones específicas que por mucho tiempo precederían a su venida (Mateo 24: 4-8), Él estaba muy consciente de la inevitable interacción con ciertas tendencias humanas. Sabía que el engaño, la guerra, el hambre y la enfermedad jugarían contra el telón de fondo de nuestra naturaleza. Con respecto a la guerra, los seres humanos tienden a seguir falsos mesías, mansos como ovejas por el camino a los conflictos, inclinados a aceptar la inevitabilidad de la guerra. El conflicto aloja la venganza humana y fomenta una solución agresiva a los problemas. 

«La guerra es una empresa enteramente humana. Incluso con el cambio de tecnologías e ideologías,… el conflicto seguirá siendo el conocido padre de todos nosotros—siempre y cuando la naturaleza humana se mantenga constante e inmutable en el tiempo y través del espacio y las culturas». 

Victor Davis Hanson (military historian), The Father of Us All: War and History, Ancient and Modern

El ex presidente de los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower abordó las duras realidades de la guerra, cuando dijo: «Cada cañón que se fabrica, cada buque de guerra que se bota, cada cohete que se lanza significa, a fin de cuentas, que se está robando a los que tienen hambre y no están siendo alimentados Este mundo armado no solo está gastando dinero. Está gastando... las esperanzas de los niños... Esto no es una forma de vida en absoluto, en ningún sentido verdadero. Bajo la nube de la guerra que amenaza, es la humanidad que cuelga de una cruz de hierro». 

Los miles de millones de dólares que se gastan hoy en día en la industria del armamento se originaron después de la II Guerra Mundial. Fue el levantamiento nazi al poder y la respuesta de los aliados mundiales lo que les dio indicios a los fabricantes de armas. La constante guerra diseminada durante la segunda parte del siglo 20 significó que la industria armamentista misma se globalizara y demandara un rápido desarrollo tecnológico.

En 1945 solamente una nación tenía capacidades nucleares. Ahora el club tiene nueve miembros y más en espera para unirse. Irán se encuentra en medio del desarrollo nuclear, cuyo resultado sigue siendo incierto. Y aunque Israel nunca ha admitido públicamente la posesión de armas nucleares, se cree ampliamente que tan solo cuenta con 80 ojivas nucleares. Más al este están las potencias asiáticas nucleares de Pakistán y la India, en desacuerdo sobre la conflictiva región de Cachemira, y la impredecible Corea del Norte. No es de extrañar que Corea del Sur quiera alcanzar capacidad nuclear, como tal vez lo quiere Japón. Añada a esto los otros miembros asiáticos existentes del club nuclear, Rusia y China, y el panorama es inquietante en una región que cuenta con nacionalismos fuertes y variadas formas de gobierno, los desafíos geográficos, y las potenciales zonas de conflicto de la frontera chino-hindú, el sur y este de mares de China, y el estrecho de Taiwán.

La adquisición de armamentos convencionales también está aumentando en la región de Asia y el Pacífico. En palabras de Henry Kissinger, «el centro de gravedad de los asuntos internacionales se está desplazando desde el Atlántico hasta el Pacífico». Por primera vez en la historia, Asia se ha convertido en el punto focal del comercio mundial de armas: submarinos, sistemas de misiles, buques de guerra, portaaviones, helicópteros, tanques, aviones, drones, etc. Ahora China gasta más en armamentos que cualquier otro país excepto los Estados Unidos—$1150 millones en 2013, un 10.7 por ciento de aumento sobre el año anterior—habiendo crecido en dos dígitos casi todos los años desde 1977. Con los mercados asiáticos tan lucrativos, europeos, rusos y los productores de armas israelíes ahora exportan gran parte de su nueva línea de productos a Asia.

Durante los últimos 20 años, los países asiáticos han ido creciendo en fuerza económica y por lo tanto militar, mientras que Europa y América del Norte han disminuido. La riqueza trae el poder, y el poder a menudo trae la guerra.

Todo esto simplemente confirma la claridad y la verdad de la declaración de Jesús, en que el mundo experimentaría un patrón continuo de conflictos y guerras hasta el día de su intervención para salvar a la humanidad de la aniquilación de sí misma (Mateo 24:21–22). Sólo entonces, el reino de Dios convertido en el centro de donde una paz duradera se extenderá alrededor de la tierra, cuando, según las palabras del profeta Miqueas, «no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra».