O… ¡sin ello!

¿Qué podemos hacer —de manera colectiva e, igualmente importante, individual— para asegurarnos de que los recursos de la tierra permanezcan a disposición de las generaciones futuras?

Según un panfleto de principios del siglo XX, titulado «Estirando su dólar», Lidian Emerson recomendaba: «Cómalo. Gástelo. Arréglelo»; idea ésta ligada a menudo con la frugalidad tradicional de Nueva Inglaterra que ella reflejaba. Lidian —segunda esposa de Ralph Waldo Emerson— encarnaba esos ideales, modificando ropa y alfombras, y enseñando a otros a hacer lo mismo.

No es de extrañar que la historia de la familia de Emerson se entrelazara con la de Henry David Thoreau, quien enseñara a sus hijos y hasta viviera con ellos de vez en cuando. En tierras de los Emerson, Thoreau construyó una cabaña cerca de un lago, no lejos de Concord, Massachusetts, y ensalzó una existencia más espartana que la de los espartanos. Walden, el libro así y allí generado, le ganó un lugar en la historia por su destreza literaria y —según muchos— la reputación de ser uno de los padres del conservacionismo estadounidense.

Casi dos siglos han pasado desde que los Emerson y Thoreau nos recomendaran, en términos nada ambiguos, vivir con sencillez y arreglárnosla con lo que tengamos. Esa es solo una pequeñísima fracción del total de la experiencia humana, pero durante ese tiempo, nuestro índice de consumo ha disparado de maneras que los primeros residentes de Concord jamás podrían haber imaginado.

Extraer, fabricar y desechar

Julian Cribb —autor contemporáneo, especializado en ciencias— cree que el tratamiento descuidado de los recursos por parte de la humanidad es una de las diez fuerzas entrecruzadas que amenazan nuestra supervivencia como especie. Él advierte: «Hasta ahora, la bonanza de la Tierra fue abundante para sostener el ascenso de la sociedad humana»; pero «con el advenimiento de la era posmoderna, se ha cruzado el Rubicón: la demanda material de siete a diez mil millones de humanos, cada uno aspirando a un estándar de vida más elevado, se está combinando para rebasar la capacidad de sustentación de la Tierra. En otras palabras, estamos usando más material del que el planeta puede proporcionar a partir de fuentes renovables» (Surviving the 21st Century: Humanity’s Ten Great Challenges and How We Can Overcome Them).

No solo este «material» agota nuestros recursos al principio de su ciclo de vida, sino que con nuestra típica economía linear, se convierte en residuos, y luego volvemos a comenzar con materiales nuevos. Cribb explica cómo esto pone en peligro nuestro futuro colectivo en diversos frentes: «a través de la contaminación y del envenenamiento tanto del planeta como de la gente; a través de la degradación de sistemas naturales vitales —como el agua potable, el suelo, los bosques, la biota, la atmósfera y los océanos—; a través de la inestabilidad económica y política, que la escasez engendra; y a través de los conflictos que provoca». Obviamente, este patrón no se puede sostener.

«El modelo de economía lineal de hoy —extraer, fabricar y desechar— se basa en grandes cantidades de materiales baratos de fácil acceso y energía, y es un modelo que está llegando a sus límites físicos».

Ellen Macarthur Foundation, «Circular Economy Overview»

Reconsiderar nuestro enfoque a nivel mundial conlleva a detener (o al menos, ralentizar) el agotamiento de los recursos. En momentos en que los caprichos y la moda demandan una renovación rápida y muchos productos fabricados parecen tener incorporados una obsolescencia programada, el primer paso más lógico hacia la ralentización del agotamiento de los recursos es extender la vida de los productos hechos a base de esos materiales.

Recursos del mañana

Idealmente, este planteamiento empezaría con la creación de un producto con miras hacia su longevidad mediante la reparación y la reutilización, y un plan para su posible desmontaje y el reciclaje de sus materiales al final de su vida útil. Esta parte esencial de un modelo de «circuito cerrado» o «economía circular» se ha venido considerando desde fines de los años setenta, particularmente por el arquitecto Walter Stahel, quien propuso reemplazar el diseño abierto de «principio a fin» («de la cuna a la tumba») con uno alternativo cerrado de «principio a principio» («de cuna a cuna»). En 1982, en Suiza —su país de origen—, Stahel fue cofundador del Product-Life Institute para la investigación y asesoría en sostenibilidad mediante la extensión de la vida del producto, los bienes de larga duración, el reacondicionamiento de actividades y la prevención de residuos.

Un aspecto importante para los vendedores es vender servicios en vez de productos. En su libro The Performance Economy, Stahel ensalza las ventajas económicas, ecológicas y sociales de este enfoque. «La economía del rendimiento —dice él— cambia el pensamiento económico de “hacer las cosas correctamente” a “hacer las cosas correctas”». Esto abarca diseños ecosostenibles, procesos de producción limpios que reduzcan el impacto ambiental, y un enfoque de gestión completa del ciclo de vida según el cual el dueño de los bienes sigue encargándose de todo. Puede que «hacer la cosa correcta» conlleve connotaciones de sacrificio, pero Stahel sostiene que la retención de la propiedad de los bienes supone gran seguridad de recursos y competitividad. La reducción del uso de materias primas genera valor: «los bienes de hoy son los recursos de mañana a los precios de ayer». Idealmente, el ciclo continúa con el renacimiento de materiales recuperados en un producto nuevo, llegando así más allá de la transformación de «principio a principio» («de cuna a cuna») para lograr la transformación «de fin a principio» («de tumba a cuna»).

La tendencia moderna de pagar por desempeño (rendimiento) o uso está ganando adeptos en todo el mundo. No es enteramente una idea nueva; la suscripción a bibliotecas y la afiliación a clubes con bases similares han existido por siglos. Pero hoy en día, la idea se expande a modelos de economía circular a gran escala.

Por ejemplo, los dispositivos e instalaciones de alumbrado del aeropuerto Schiphol de Ámsterdam pertenecen al gigante de la electrónica Philips; Schiphol paga por la luz que usa. Según Philips, los dispositivos de alumbrado «durarán 75% más que otros dispositivos convencionales [y] los componentes de los dispositivos se pueden reemplazar individualmente. Esto reducirá los costos de mantenimiento y significa que no hay que reciclar el dispositivo entero, por lo cual resulta en la mayor reducción posible del consumo de materia prima». Este modelo de «pago por luz» también se encuentra en algunas zonas de Estados Unidos y del Reino Unido en el plano comercial.

«Una economía circular es restauradora y regenerativa por intención, y tiene por objetivo mantener los productos, los componentes y los materiales al máximo de su utilidad y valor en todo momento».

Ellen Macarthur Foundation, «Circular Economy Overview»

El acceso por encima de la propiedad por parte de los individuos es posible y popular por medio de servicios como Zipcar, RTR y el alquiler de bicicletas en muchas ciudades alrededor del mundo. En estos casos, cada servicio opera bajo el amparo de una corporación que retiene la propiedad de los bienes. Con otros servicios, como Airbnb, Lyft y Uber, son individuos los propietarios de los bienes y los comparten con otros al amparo de una compañía. En ambas circunstancias, el usuario se exime de la responsabilidad que conlleva la titularidad y la disposición final de la propiedad.

Diversificación en la disposición final de residuos

La forma en que se maneja la disposición final de los residuos es crucial para nuestras probabilidades de supervivencia. Cribb sostiene que una solución para la escasez de recursos consiste en el reciclaje y la reutilización. Por miles de años, la humanidad sencillamente ha estado extrayendo materiales del planeta para crear y fabricar, pero ahora es el momento de reconsiderar ese proceso. Estamos usando nuestros recursos mucho más rápido de lo que la tierra puede reemplazarlos. Cribb implora que reemplacemos la «era de la extracción» por la «era de la reutilización». El reciclaje ayuda —ralentiza el agotamiento de los recursos— pero hay cierta cantidad de pérdida cada vez que algo se recicla. La reutilización y recuperación, en cambio, desvían la disposición final y los residuos mientras que eliminan la necesidad de recurrir a nuevos recursos.

Ted Reiff, presidente de The ReUse People of America (TRP) —organización sin fines de lucro dedicada a salvar y distribuir materiales de construcción reutilizables— se hace eco de Cribb al decir: «Nuestra misión es evitar que la madera y los equipos reutilizables atasquen vertederos sobrecargados, objetivo nada fácil en una sociedad consumista próspera. La demolición es, simplemente, más barata y más rápida, pero el ahorro de energía y la reducción de la contaminación hacen de la reutilización una opción más responsable. La energía incorporada se ahorra, y hay menos necesidad de fabricar nuevos productos. Los materiales recuperados para su reutilización están exentos de los procesos que producen contaminantes, como la incineración». En lo que respecta a las ciudades, TRP ha llevado a cabo cursos prácticos orientados a la deconstrucción de edificios abandonados o de barrios enteros arruinados. Reiff entiende que hay presión para que las ciudades se fijen solo en el resultado final, pero destaca los beneficios comunitarios, ambientales y financieros de la deconstrucción. «Cuando las entidades dentro de la sub-jurisdicción política colaboran, se pueden reunir cantidades de dinero más pequeñas para promover la deconstrucción de manera continua». Sin lugar a dudas, esta causa le apasiona. Su alegato para la deconstrucción a gran escala concluye con un entusiasta: «Si necesita más persuasión, ¡llámeme, por favor!»

Sensibilizar a nuestra «sociedad de consumo acomodada» acerca de los beneficios de la reutilización y la recuperación de materiales requiere educación. Hoy en día, en las aulas de primaria se promueve el reciclaje de latas, botellas y papel, y en los programas modernos de las universidades de arquitectura se ofrecen clases sobre liderazgo en energía y diseño ambiental (LEED, por sus siglas en inglés) y sostenibilidad.

Aprender a aligerar la carga

La relativamente reciente sensibilización acerca del impacto de los productos textiles y de confección sobre el ambiente destaca la necesidad de un cambio también en este aspecto. En lo que respecta al consumidor, comprar y deshacerse de la «moda rápida» cobra un precio sorprendente, aun con materiales de buena procedencia. La Asociación de Textiles Reciclados y Materiales Secundarios (SMART, por sus siglas en inglés) señala que 95% de los productos textiles (incluidos los de confección y calzado) se pueden reutilizar o reciclar, sin embargo, año tras año, solo en los Estados Unidos, veintiséis mil millones de libras (casi doce mil millones de kilogramos) de esos materiales acaban en los vertederos.

Economía lineal

Según el «Informe Estatal de Reutilización de 2016, comisionado por las tiendas de segunda mano Savers y Value Village, los consumidores estadounidenses tiran alrededor de ochentaiún libras o treintaisiete kilogramos de ropa por persona por año (de nuevo: casi todo eso se podría reciclar). Mientras que un tercio de quienes optan por tirar los bienes usados dicen que lo hacen simplemente porque les resulta más fácil que donarlos, el informe reconoce que la falta de educación constituye un factor importante. Muchos piensan que la ropa o los enseres domésticos usados carecen de valor y no serían aceptados en centros de donación por estar gastados, manchados, rasgados o rotos; pero —tras enterarse del impacto ambiental devastador de la eliminación de residuos irresponsable— la mayoría opta por donar sus productos textiles y otros bienes para su reutilización o reciclaje. De hecho, son muchos los centros de donación que sí aceptan bienes sin importar su estado. Lo que no se puede destinar a la reutilización, a menudo se puede reciclar: los textiles gastados o manchados, por ejemplo, pueden convertirse en trapos de limpieza, o pueden volver a la vida en forma de papel, lana, aislamiento o relleno de alfombras, señala SMART.

Muchas universidades están afiliadas a la Asociación para el Avance de la Sostenibilidad en la Educación Superior (AASHE, por sus siglas en inglés). Entre ellas, la Universidad Woodbury de California, que comenzó un programa de modas en los años treinta. Woodbury ve la sostenibilidad como el futuro de la moda y alienta a sus estudiantes a aprender sobre la reutilización, la adaptación, la sostenibilidad y el aprovisionamiento. Anna Leiker, directora del Departamento de Diseño de Moda, está visiblemente entusiasmada ante el progreso. Sus ojos se iluminan cuando le dice a Visión, «Siguiendo las pautas de los cambios sociales, nuestros alumnos de segundo año trabajan en proyectos que no producen desechos, y estamos ofreciendo una clase sobre Adaptación de la Moda en el semestre de otoño. Se anima a los estudiantes a explorar opciones sostenibles, incorporando creativamente en sus proyectos materiales recuperados —incluso tejidos elaborados con bolsas plásticas para víveres desechadas y tiras de tela de vaqueros desgarrada— con gran éxito. Semillas como estas plantadas en la imaginación de la gente joven indudablemente crecerán y ayudarán a educar a otros, reduciendo así, con el correr del tiempo, las huellas ecológicas de los productos textiles y de confección.

Economía circular

Los recursos a los cuales hemos tenido el privilegio de acceder —indispensables para producir aun cosas necesarias como productos textiles, materiales de construcción y otros bienes— están interconectados. Lo que hacemos al comienzo y al final del ciclo de vida de nuestras cosas causa efectos de largo alcance en dichos recursos, y nosotros hemos abusado de nuestros privilegios. Es evidente que debemos cambiar nuestra manera de pensar y nuestros métodos.

Regreso a la frugalidad

Cribb ofrece esperanza para la humanidad, al decir que podemos encontrar maneras de mitigar el agotamiento de los recursos antes de que sea demasiado tarde. Más que ninguna otra cosa, aboga por un regreso colectivo a la frugalidad, reutilizando y recuperando todo lo que se pueda y en general viviendo tal como lo hicieran nuestros abuelos.

¿Podemos solucionar nuestros problemas con simplemente volver a los hábitos de ahorro de épocas más simples? En cierta medida, podemos; pero nuestro mundo de hoy —todo lo nuestro— es más complicado que el de nuestros predecesores.

Durante la época de la guerra, en el siglo pasado, se pedía encarecidamente a la población civil cultivar huertos, preparar abono orgánico, remendar la ropa, reparar los aparatos rotos, y reciclar papel, metal, caucho, huesos y hasta grasas. En carteles y afiches se instaba a la gente a «arreglar y remendar», a unirse a clubes de coches para ahorrar gasolina y a practicar la conservación. Estos hábitos frugales son valiosos hoy en día, y podemos extender los principios para dar cabida a la tecnología moderna.

Pero el punto no es vivir como lo hacían nuestros abuelos o aun nuestros bisabuelos. Debemos reencauzar nuestra economía lineal actual (extraer, fabricar, desechar) y convertirla en economía circular (de principio a principio [de cuna a cuna], en circuito cerrado). Debemos incluso ir más allá del «cómalo, gástelo, arréglelo» de los años 1800. A principios del siglo XX, ese dicho se convirtió en «Úselo, gástelo, arréglelo o… ¡arrégleselas sin eso!»

Hoy estamos viendo las consecuencias de haber hecho caso omiso de estas reglas de frugalidad: si no protegemos los preciosos recursos que se nos han confiado, nos veremos forzados a vivir sin ellos. No quedará nada.

7 puntos para convertirse en un administrador más sabio

En 1985 Wendell Berry advirtió: «Nuestra economía es tal que decimos que “no podemos darnos el lujo” de cuidar las cosas: la mano de obra es cara, el tiempo es caro, el dinero es caro, pero los materiales —sustancia de la creación— son tan baratos que no podemos darnos el lujo de cuidar de ellos. La bola de demolición es característica de nuestra forma de tratar los materiales» (Six Agricultural Fallacies).

Hoy en día, muchos de los «materiales» a los que aludía Berry están en peligro de desaparecer para siempre. Como resultado, necesitamos convertirnos en administradores más sabios. Tenemos que pensar de manera diferente; y tenemos que fabricar de manera diferente.

A continuación presentamos siete cosas que, como individuos, cada uno de nosotros puede hacer:

  1. Educarse uno y educar a su familia acerca de lo que hay detrás de lo que consume; cultivar respeto por nuestros recursos y los elementos (aire, agua y suelo).
  2. Entender la fuente de aprovisionamiento de los productos que compra, optando, tanto como sea posible, por recursos de bajo impacto y sostenibles antes que por recursos que se agotan (incluso recursos humanos).
  3. Buscar productos de calidad que usará y que durarán. ¿Puede comprarlos usados? ¿Puede pedirlos prestados o alquilarlos si su necesidad de ellos es de corta duración?
  4. Use también usted los recursos sabiamente. Use esa camisa más seguido, repare la tostadora rota. Si necesita ayuda, busque algún Repair Café o un servicio similar cercano.
  5. Apoye a los granjeros y agricultores locales comprando sus productos. Procure conseguir alimentos que sanen, no que dañen, el cuerpo y el ambiente. Esfuércese por comprar solo lo que realmente necesite y pueda usar dentro de una cantidad de tiempo razonable.
  6. Póngase como meta reducir a cero sus residuos personales. Piense antes de tirarlos. ¿Habrá algo más que se pueda hacer con esto? ¿Podría reutilizarlo? ¿Convertirlo en abono orgánico? ¿Podría donarlo para alguien que pueda usarlo, repararlo o reutilizarlo? ¿Puede desarmarlo y/o reciclar el producto o sus componentes?
  7. En resumen: «Comerlo, gastarlo, arreglarlo o… arreglárselas ¡sin ello!»