Más de lo que parece

Las ilusiones ópticas son divertidas y, por lo general, inofensivas. Observe detenidamente la ilustración se arriba y pronto se dará cuenta de que algo está mal. Mientras que cada cubo se ve bien por sí solo, cuando se colocan los nueve juntos en la configuración que se muestra, se tiene un triángulo imposible. Simplemente, no resulta; lo cual es curioso y hasta mentalmente estimulante.

Sin embargo, a veces una ilusión óptica puede ser mortal. En la montaña Apex, en Columbia Británica, se perdieron varios aviones en la última década. Entre los factores que contribuyeron a cada uno de esos desastres yace una ilusión óptica que hace que los pilotos subestimen la elevación necesaria para subir por encima de la montaña después de despegar. Para cuando se dan cuenta de que están en problemas, ya les resulta demasiado tarde para retroceder o subir más, y se estrellan.

Las ilusiones son distorsiones perceptuales de la realidad externa; no son reales. Nuestros sentidos nos juegan malas pasadas. El hacernos ilusiones [ilusiones ficticias, delirios, engaños de los sentidos] es otra cosa. Ocurre cuando creemos algo que no tiene base en la realidad externa. En este caso, es nuestra realidad interna la que está distorsionada.

Las falsas ilusiones nunca son inofensivas. Tal como algunas de las ilusiones comunes, pueden ser peligrosas, pero aún más. El hombre que se cree un salvador enviado para liberar a su pueblo en tiempos de crisis tiene delirios de grandeza. Cuando con sus ideas convence a otros, puede desviarlos a voluntad. Piense, si no, en Hitler, Stalin, Mussolini, Mao, Pol Pot, los Kims. Todos ellos llevaron al desastre a sus engañados seguidores, ayudándose e instigándolos mediante cierto tipo de manipulación religiosa por estatus de dios.

Ha pasado a lo largo de los siglos. Se ha dicho que los sacerdotes de Pérgamo promocionaron a Alejandro Magno como encarnación divina, un dios. Y él mismo parecía creerlo; cuando al llegar a Egipto, la gente lo recibió como al hijo de Ra, el dios principal de los egipcios, consolidó en él su propia idea de que él era hijo de Zeus (homólogo griego del dios Ra). Por supuesto, esto era un pensamiento ilusorio, ideas delirantes de su parte, lo cual se evidenció pocos años después, cuando el joven conquistador murió.

Pero hoy en día, hay otra forma de ilusión ficticia con la que nosotros mismos nos engañamos, que puede ser fatal. Cuando ante los riesgos existenciales que amenazan a toda vida humana, creemos que la ciencia y la tecnología nos salvarán, nos engañamos a nosotros mismos. Los riesgos son ya demasiado grandes.

El astrónomo real británico Martin Rees cree que hay cincuenta por ciento de probabilidades de que no pasemos de este siglo sin un grave revés causado por el crecimiento demográfico y/o una catástrofe en relación con las tecnologías de punta. Más aún, él reconoce que la raíz del problema se encuentra en las falsas ilusiones.

«Nos negamos a reconocer cosas que deberían preocuparnos; especialmente estos riesgos que pudieran ser tan catastróficos que una sola ocurrencia sería demasiado».

Martin Rees, entrevista en Visión (2017)

El profesor de ingeniería física Peter Townsend compara las falsas ilusiones (el autoengaño) a la proclividad humana a la inercia al hallarse ante un gran peligro. Al respecto dice: «La gente no siente la presión ni la necesidad de tomar acción. Quienes lidian con situaciones de catástrofes o desastres naturales dicen que ante una amenaza de tsunami, por ejemplo, por lo general, la mitad de la gente dirá: ‘A nosotros nunca nos va a tocar’. Así que, aun cuando la evidencia esté allí y se haya advertido al respecto, la gente no se moverá ni saldrá de su camino. Yo creo que esta misma inercia se encuentra con respecto a las mejoras tecnológicas y sus potenciales desventajas».

En las próximas décadas, educar nuestros ojos para distinguir la realidad del engaño será de primordial importancia. El mundo mediterráneo del primer siglo vivió bajo la Pax romana, un largo período de paz creado por Augusto César. Era difícil imaginar que podría terminar. Pero en aquellos tiempos, el apóstol aludía a esa falsa fe advirtiendo: «cuando digan “paz y seguridad”, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina» (1 Tesalonicenses 5:3). La paz terminó, y también el imperio. Y lo mismo podría ocurrir en nuestros días.

Muchos científicos están profundamente preocupados. Tal vez, también usted lo esté. Si desea saber más al respecto desde una perspectiva bíblica, le sugerimos leer Apocalipsis: ¿Hoy, mañana o nunca? Hay, ciertamente, más de lo que parece.