Bitcoin: ganancias ilícitas

La piratería medioambiental de la criptomoneda más comentada del mundo

Mientras el billete de dólar estadounidense notoriamente proclama «En Dios confiamos», hace tiempo que nosotros, desde hace mucho tiempo confiamos realmente en instituciones tales como… los bancos. Con todo, después de la crisis financiera de 2008, esta confianza sufrió un golpe que impulsó a algunos a buscar una solución no humana; no, todavía no Dios, sino… una moneda virtual generada por computadora. Como algunos dijeran: «En códigos confiamos». Diez años más tarde, está claro que esta nueva confianza en la tecnología se halla igualmente fuera de lugar.

La tan idealizada moneda conocida como el «Real de a Ocho» es considerada la primera divisa universal. Este «dólar» español se usó en todo el vasto imperio de España, el cual se extendió alrededor del mundo, desde Europa hasta las Américas y las Filipinas. Originalmente acuñada en plata, cada moneda equivalía a ocho reales españoles (de lo cual se desprende su nombre).

Es probable que asociemos aquellos reales de a ocho con piratas, los saqueadores del mar. Esa conexión quedó fijada en la cultura popular gracias, en parte, a la novela La isla del tesoro (Treasure Island, 1883) de Robert Louis Stevenson. El antihéroe de la novela, John Silver, El Largo, es un pirata con pata de palo, cuyo loro —apoyado sobre uno de sus hombros— incesantemente exclama: «¡reales de a ocho!».

El dólar español, juntamente con otras monedas de menor valor, también fueron utilizados ampliamente en las colonias norteamericanas. Al cuarto de dólar, equivalente a dos reales («peseta»), se referían aquí con la expresión «dos bits» (dos piececitas), siendo «bit» un término del que ocasionalmente aún se oye hoy.

Al considerar una moneda mundial en el mundo de hoy, el término bit puede inducirnos a pensar en la llamada «bitcoin». La bitcoin, una divisa virtual, está a la vanguardia de más de mil criptomonedas que han surgido en años recientes; entre ellas, las llamadas litecoin, ripple, dash y ethereum. Pero, ¿qué es la bitcoin? ¿Y cuál será su impacto en nuestro mundo?

Navegando por horizontes virtuales

El término bitcoin apareció por vez primera en 2008; su creador fue un programador anónimo (o un grupo de programadores anónimos) usando el seudónimo Satoshi Nakamoto. Esta criptomoneda se presentó en línea el año siguiente como tecnología de código abierto, un programa informático cuyo código fuente podía no solo ser visto sino también modificado por los usuarios. Tal como las monedas tradicionales, las bitcoins se pueden guardar en billeteras (si bien digitales) y se pueden ganar, intercambiar por otras o usar para comprar cosas.

La moneda se emite a través de un proceso de «minería»; los que hacen el trabajo se denominan «mineros». Pero como la generación de nuevas bitcoins es tan técnicamente compleja, es difícil explicar la «explotación minera» en términos que la mayoría de nosotros podamos comprender fácilmente. En esencia, los mineros verifican y procesan las transacciones pendientes en bitcoins, agregando los detalles de cada transacción a un «bloque de datos», lo cual se podría considerar como una única página de un registro contable digital permanente. Se llama a este registro cadena de bloques porque, a través de códigos informáticos, se enlaza cada nuevo bloque con el anterior de manera que —teóricamente— alterarlos resulta prácticamente imposible.

«Ser “dueño” de una bitcoin significa, simplemente, tener la habilidad de transferir el control de la misma a alguien más, mediante la creación de un registro de la transferencia en la cadena de bloques».

Si le resulta difícil comprender esto, no se sienta mal. El proceso completo requiere una red de computadoras que convierte cada transacción en una compleja ecuación matemática por resolver. Si el minero resuelve la ecuación exitosamente (con la ayuda de un equipo informático especializado), el sistema acepta esto como «prueba de trabajo» y el minero recibe no solo la comisión relacionada con la transacción sino también bitcoins recién creadas.

A fin de controlar la emisión de nuevas monedas, la dificultad de los problemas matemáticos aumenta en cuanto aumenta la tasa de pruebas de trabajo. El hecho de que los mineros perciben su pago en esta moneda asegura que el sistema de emisión sea sostenible. La red fue programada para crear un máximo de veintiún millones de bitcoins, de los cuales casi dieciséis millones ochocientos mil habían sido extraídos para finales de 2017. Según algunas estimaciones, los mineros alcanzarán la meta de veintiún millones para 2140.

Aunque esta moneda no se acepta mundialmente, su significativo aumento de valor ha atraído creciente atención e interés: la transacción en bitcoins conlleva solo tarifas de pago mínimas y no está sujeta a límites geográficos ni días festivos. Varias empresas importantes como Microsoft, Virgin Airlines y Subway aceptan ya pagos en bitcoins, prestándoles mayor legitimidad.

No obstante, la bitcoin todavía tiene dudosa reputación porque, ahí, en el altamar virtual, también atrae algo así como la mentalidad pirata. Cual el oro, no está sujeta a bancos ni a una autoridad central, un punto de libertad regulatoria que algunos perciben como una ventaja. En vez de ello, es tecnológicamente controlada por todos sus usuarios alrededor del mundo (una cantidad desconocida). La naturaleza no regulada de la moneda conlleva que está lista para la corrupción y explotación por parte de delincuentes: es difícil de rastrear, vulnerable a la piratería informática a pesar de los sólidos protocolos de seguridad, y se presta al uso en la red oscura y el mercado negro. Se está utilizando para comprar cualquier cosa, desde documentos de identidad falsos hasta sexo y estupefacientes, y se la ha vinculado con el lavado de dinero.

Los elementos de la contracultura del siglo XXI también exaltan las virtudes de la bitcoin. Algunas estrellas del pop alientan su uso para la compra de sus álbumes. Su atracción se basa en que parece tanto trascender como burlarse de la élite bancaria tan desprestigiada tras la crisis financiera mundial de 2008 y de escándalos financieros más recientes. La bitcoin también da la impresión de incorporar un principio de igualdad: en teoría, cualquiera puede minarla.

El auge de la bitcoin

Hacía rato que la bitcoin venía rondando los límites de la conciencia de la opinión pública, al principio percibida más como un artilugio que como una moneda formal. Con todo, su vertiginoso aumento de valor en 2017 disparó su perfil a la estratósfera. Las instituciones financieras comenzaron a tomar en serio esta moneda, elevando aún más su valor. Aunque todavía tiene muchos críticos en el mundo financiero y en algunos países se prohíbe su uso, parece haber una predisposición general a aceptarla como parte viable del sistema económico.

Como resultado, la moneda comenzó a crecer en términos de valor percibido. La bitcoin se lanzó en 2009, pero por más de un año su valor se contó en centavos, no en dólares. No comenzó a aumentar de manera significativa sino hasta 2013. En el segundo trimestre de 2013 alcanzó un máximo de US$230, y hacia fines de ese año brevemente superó los mil dólares, antes de volver a caer. Pero en enero de 2017 su precio comenzó a aumentar de manera constante hasta que a mediados de diciembre el valor de una bitcoin llegó a casi veinte mil dólares. Con todo, pronto cayó un poco, y luego se redujo más ante la noticia de que Corea del Sur prohibiría las cuentas anónimas efectuadas con criptomonedas. La unidad bitcoin terminó el año evaluada en alrededor de trece mil quinientos dólares, pero aun así, los primeros inversionistas se volvieron millonarios.

Impacto material de la moneda virtual

Adónde irá a parar el precio de la bitcoin en 2018 por ahora es una incógnita, aunque en el momento de redactar este artículo su volatilidad es evidente. Con todo, el significativo aumento de valor que experimentara en el transcurso de 2017 nos ha inducido a considerar más en detalle el impacto ambiental de la moneda virtual.

Durante el imperio español, la plata que se utilizó para acuñar los reales de a ocho se extrajo principalmente de la «montaña de plata» de Potosí, en Bolivia. Esta fuente de ingresos se logró al horrendo costo de vidas humanas. Miles de nativos andinos y esclavos africanos perecieron durante las duras explotaciones mineras para satisfacer la ambición de España de conseguir plata con el fin de fundar su imperio y afianzar su poderío militar, aunque, como ya señaláramos, esto mismo también hizo que se convirtieran en blanco de piratas.

¿Cuán lejos ha viajado la naturaleza humana desde entonces? ¿Han cambiado materialmente la ambición —la obsesiva búsqueda de la riqueza— y un sistema que se ha ideado para capitalizar antes que moralizar? A la vez, ¿han cesado la corrupción y el mal que el amor al dinero genera? Quien sea que haya plantado el tesoro criptográfico conocía la naturaleza humana lo suficiente como para saber que intentar desenterrarlo atraería serio interés y especulación, lo cual impulsaría su valor.

«Como todo lo demás de valor que se ejecuta en computadoras, las bitcoins, otras criptomonedas y las cadenas de bloques han sido objeto de frecuentes ataques exitosos. Cientos de millones de dólares han sido robados; la gente ha sido engañada; y las cadenas de bloques, estafadas».

Como la explotación de las minas de plata para crear los reales de a ocho, la explotación de las minas de bitcoins causa un impacto material. Dado que nuestros modernos equivalentes a esclavos son maquinarias altamente eficientes, la minería de bitcoins no cobra directamente vidas humanas; pero el continuo ciclo de minado en bloques, donde cada bloque nuevo se resuelve a un ritmo de alrededor de diez minutos, comprende ejércitos de personas en todo el mundo, todas cavando con potentes computadoras donde la X marca el lugar.

Es el exceso de trabajo de esas máquinas lo que pone en duda la sostenibilidad de esta versión de minería del siglo XXI. Extraer las riquezas que esconde este suelo informático requiere bancos de computadoras de alto consumo energético. La reciente alza del valor de la bitcoin significa que no solo los números que persiguen, sino que también la quema de energía en la que incurren han alcanzado ya proporciones sorprendentes.

Digiconomist, un sitio web consagrado a la criptomoneda, estima que desde enero de 2018, poner en funcionamiento esas computadoras toma alrededor de 37.5 TWh (teravatios-horas, cada uno equivalente a un millón de megavatios-horas o a mil millones de kilovatios-horas) por año. Basándose en las cifras de Digiconomist, algunos han notado que el consumo de energía en la búsqueda de bitcoins en todo el mundo excede la de 159 países, entre ellos Bulgaria, Irlanda y la mayoría de las naciones africanas. Aunque admite que sus cifras necesariamente se basan en ciertos supuestos, Digiconomist señala que si la red de bitcoins fuera su propio país, en términos de consumo de energía ocuparía —aproximadamente— el sexagésimo lugar entre todas las naciones de la Tierra.

Pero el impacto de la búsqueda incesante de bitcoins no acaba con su extremo consumo de energía. La red de bitcoins incentiva el uso de las fuentes de energía disponibles más baratas para asegurarse de que la minería resulte tan rentable como sea posible. La energía que alimenta la red proviene principalmente de centrales eléctricas alimentadas con carbón en China, país que hasta la fecha cuenta con las más grandes minas de bitcoins. Dado el impacto de esta energía de bajo costo y alto contenido de carbono, cada transacción individual de bitcoins deja una huella de carbono desproporcionadamente grande.

Algunos recurren a la tecnología misma para mitigar la amenaza real y repentina de bitcoins al ambiente. Con todo, aunque se están haciendo mejoras en pro de la eficiencia energética de los equipos para la minería, estas mejoras no se están aplicando para reducir el consumo de energía; más bien se están aprovechando para hacer más minería más eficientemente.

Otro aspecto del problema nos lleva de nuevo al concepto de piratería. En este caso, en vez de robar reales de a ocho, algunos roban la electricidad que necesitan para la minería de criptomonedas. Han encontrado maneras de acceder a fuentes de energía «gratuitas» recurriendo a la electricidad de sus empleadores o extrayéndola directamente de la red de servicios públicos. Incluso se ha sabido del propietario de un Tesla que «minaba» en las estaciones de recarga gratuitas. Montó un equipo de minería en la parte de atrás de su automóvil eléctrico, y se jacta de que minaba mientras recargaba su vehículo.

«Muchos mineros de bitcoins “toman prestados” recursos para minar bitcoins, sea en las instalaciones de sus empleadores, o mediante la propagación de programas maliciosos de explotación minera de bitcoins. Hoy en día, muchos de los mayores botnets (conjuntos de robots informáticos) de programas maliciosos son simplemente para minar bitcoins».

En suma, la ambición —un sello distintivo de nuestra defectuosa naturaleza humana— es tan perfectamente aparente en el entorno virtual como lo es en el real. De ahí que una cantidad de personas cada vez más mayor se sienta atraída a la extracción de una moneda virtual de valor inventado, creada por una persona inventada y extraída mediante la solución de enigmas matemáticos inventados que poco contribuyen a beneficio del mundo más allá de la adquisición de bitcoins por parte de algunos, aunque ejerce una considerable presión sobre los limitados recursos energéticos de la Tierra.

Todo es cuestión de percepción

La historia de la explotación de los recursos naturales del planeta por parte de la humanidad en su ambiciosa búsqueda de riquezas es vieja y conocida. Habiendo ya dilapidado muchos de tales recursos, estamos listos para causar aún más daño en el entorno en búsqueda de ganancias personales.

En el antiguo mundo griego, se asociaban el oro y los metales preciosos a los dioses del inframundo, dado que tanto los metales como los dioses míticos procedían del interior de la tierra. Para los alquimistas a lo largo de las edades, el oro simbolizaba la posibilidad de la inmortalidad a través de la alquimia (otro mito o ficción). La adquisición de riquezas como fin en sí misma es apenas diferente. Mientras que al menos el metal tiene un valor inherente, lo cierto es que los factores determinantes del valor financiero en sí y de por sí requieren la suspensión del escepticismo. Las cosas se precian según su valor percibido acordado o de otro modo. Al dispararse el precio de las bitcoins, su valor percibido ocupó el centro del escenario a la vista de todo el mundo. Allí, ante las candilejas, el vacío en el corazón mismo del sistema ahora está resultando cada vez más patente; por consenso, esto es simplemente otra ficción.

El surgimiento de la bitcoin en 2009 es significativo. Con el colapso del sistema financiero mundial de 2008 gracias a la ambición y el error humanos, explotó una burbuja gigantesca. La bitcoin pronto ofreció una alternativa: se había cometido un abuso de confianza, pero ahora podíamos transferir esa confianza a un código menos falible. Con todo, la tecnología no era lo suficientemente lista como para predecir el uso extremo de energía que la ambición humana exigiría que se invirtiera en la incesante búsqueda de un valor percibido.

Y así, mientras exige una quema de energía insostenible, la bitcoin ha ido inflando quedamente una burbuja de su propia creación. Persiste la interrogante de saber por cuánto tiempo puede la criptomoneda evitar el colapso. Como ya se ha mencionado, hacia fines de 2017 el valor de una unidad de bitcoin llegó casi a los veinte mil dólares, para luego caer, reduciéndose a menos de once mil dólares, lo cual derivó en suspensiones parciales en el comercio. Tras recuperarse un poco, los informes sugerían que aproximadamente treinta por ciento de su valor había sido eliminado. Algunos consideran los descensos como fluctuaciones naturales, pero otros ven la volatilidad mercurial de la moneda como una advertencia de que esta burbuja —también— explotará.

Hasta entonces, parece que muchos seguirán especulando con bitcoins en la esperanza de que su precio, en general, seguirá aumentando en el futuro inmediato, de modo que puedan vender sus monedas por más de lo que pagaron por ellas. Es la vieja tendencia humana de tratar de obtener algo por esencialmente nada, un plan para hacerse rico rápidamente, por así decirlo.

¿Qué se necesita para liberar la naturaleza humana de los grilletes de una ambición tan conectada al sistema que está dispuesta a perseguir el valor percibido, con o sin moral, y poniendo en peligro el entorno físico, mientras se arriesga a un colapso que nos afectaría a todos? Es hora de volver a evaluar el fundamento de nuestro sistema personal de valores para cerciorarnos de que se mantenga sobre cimientos morales sólidos y duraderos.