La visión de Isaías

El profeta Isaías dirigió sus mensajes principalmente a la nación de Judá, aunque también lanzó advertencias contra el reino del norte —Israel— e incluso contra las naciones vecinas. No obstante, al final, transmitió mensajes de esperanza y paz universal.

Como hemos visto en esta serie, parte de la historia del antiguo Israel se ha cruzado con los pronunciamientos de sus muchos profetas. Entre los clasificados como «profetas posteriores» —solo porque en el canon hebreo siguen a los «profetas anteriores»— se encuentran Isaías, Jeremías y Ezequiel. Sus profecías abarcaron casi doscientos años, durante los cuales los reinos divididos de Israel y Judá cayeron en un irreversible descenso espiritual y acabaron exiliados por separado en Asiria y Babilonia.

Aquí comenzamos una descripción general de la primera de estas tres más obras más largas en la Biblia. El papel de los profetas fue entregar los llamados de Dios para el cambio personal y nacional, y sus mensajes de juicio y restauración final.

El mensaje de Isaías

Tras su llamamiento alrededor del año 740 a.C., Isaías se mantuvo activo por unos cuarenta años en Judá y Jerusalén. Aunque hay referencias al reino septentrional de Israel y a la ulterior restauración de ambas casas como casa recombinada de Israel, su objetivo principal se centraba en el reino de Judá. La introducción del libro ofrece un marco histórico y profético a su obra: «Visión de Isaías hijo de Amoz, la cual vio acerca de Judá y Jerusalén en días de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá» (Isaías 1:1).

«Tanto en Isaías como en Jeremías, hay pasajes que sugieren que en sus días estos profetas fueron consejeros de los reyes».

John J. Schmitt, «Preexilic Hebrew Prophecy»

Por «visión» podemos entender todo lo que el profeta «vio» y tuvo decir en su libro, en cumplimiento de la misión de advertir a un pueblo en abierta y creciente rebelión contra su Dios. Su mensaje también se describe con los términos «las palabras» (de Dios) y «la carga» de terribles profecías (oráculos).

Las primeras palabras del profeta se dirigen a la  rebelión del pueblo de Israel: «Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí. El buey conoce su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento» (versículos 2 y 3). Ellos se rebelaron a pesar del hecho de que antes habían prometido, en pacto solemne, seguir y obedecer a Dios (Éxodo 24:7–8); «Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos», le habían asegurado a Moisés.

Si no se arrepentían, Isaías debía advertirles de un juicio inminente, pero también cumplir la promesa de Dios de restauración y paz universal (Isaías 1:16–17, 20, 24–27; 2:1–4). En el capítulo 2, versículo 4, leemos las palabras frecuentemente citadas que declaran ese tiempo futuro: «y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra».

Más allá de la preocupación inmediata en relación con Judá, otro tema que se introduce en los primeros capítulos de Isaías es el día del juicio de Dios sobre toda la humanidad (2:4a, 12–21).

Se señala a menudo que el libro de Isaías se puede dividir en dos secciones principales, a saber: del capítulo 1 al 39, y del 40 al 66. El profeta se menciona por nombre en el texto de 2:1; 7:3; 13:1; y en los capítulos 20 y 37 al 39). Los eruditos debaten sobre si solo una persona estuvo a cargo de todo el libro; algunos han considerado la intervención de una segunda o incluso una tercera mano compositiva, como también las de varios redactores posteriores. Nada de esto debe impedirnos entender lo fundamental expuesto en los primeros dos capítulos del libro y ampliado en los que siguen.

Una advertencia a Judá

Los capítulos 6 al 12 se pueden considerar como otra expresión esencial del mensaje de Isaías. La sección comienza diciendo: «En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo» (Isaías 6:1).

A pesar del llamado y la comisión de Isaías, Judá no colaboraría, dado que tenía oídos que no oirían (versículos 9–10). Como consecuencia, tendrían que vérselas con la hostilidad de una alianza entre Siria y el reino del norte en los días de Acaz nieto de Uzías. (7:1–7; 8:6–7; 9:8–21).

En ese momento, Isaías presenta al rey la profecía según la cual Israel, guiado por Efraín, llegaría a su fin: «dentro de sesenta y cinco años Efraín será quebrantado hasta dejar de ser pueblo» (Isaías 7:8; el rol del profeta en relación con Acaz mientras Judá enfrentaba la invasión de los asirios es semejante al que posteriormente tuvo ante Ezequías, a quien también fue enviado; compárense los capítulos 7 y 37). Judá estaría a salvo si Acaz confiaba en Dios; si no, sufriría el castigo por parte de los asirios (capítulo 8).

Asiria y los reinos de Israel y Judá

El período de Isaías como profeta en el contexto geopolítico del siglo VIII coincide con la expansión del imperio asirio mientras lanzaba campañas contra los países vecinos.

Bajo Tiglat-pileser III, o Pul (745–727 BCE), los asirios invadieron Siria y Fenicia. Esto provocó que algunos reinos independientes, entre los cuales se encontraba el norte de Israel, se convirtieran en tributarios voluntarios (2 Reyes 15:19–20). En los años 734 al 732 Tiglat-pileser se movilizó contra las zonas tribales más septentrionales y orientales de Israel, tomando cautivos a muchos (versículos 29–31).

Durante esta época, Judá se vio presionada cuando Dios permitió que el reino del norte de Israel conspirara con Siria para atacar a Jerusalén (versículo 37; Isaías 7). Interviniendo a favor de Acaz, los asirios evitaron el triunfo siro-efrateo pero pusieron a Judá bajo tributo (2 Reyes 16:7–9).

Los reyes asirios subsiguientes Salmanasar V and Sargón II sitiaron Samaria durante tres años, poniendo fin a Israel septentrional y deportando a muchos de su población a zonas más allá del Éufrates, comenzando alrededor del año 722 (2 Reyes 17:5–6). En el año 701, los asirios volvieron, bajo el mando de Senaquerib, y derrotaron a todas las ciudades fortificadas de Judá (véase el relato en Isaías 36 y 37, reproducido de 2 Reyes 18–19).

Isaías también profetizó la venida del Mesías (tanto la primera como la segunda venida): «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto» (9:6–7). Ese tema reaparece en los capítulos 42 y 52 al 53.

Con el tiempo, incluso Asiria sería castigada por todo lo que había hecho (10:12–19).

Una época de restauración llegará para Israel y Judá con la venida del Mesías al fin de los tiempos y el establecimiento del reino de Dios en la tierra (capítulo 11). Esta sección finaliza con un himno de alabanza de seis versos (capítulo 12), celebrando el nuevo mundo creado por Dios.

Las «atribulaciones» del profeta

Inmediatamente después de los capítulos 6 al 12 hay pasajes que presentan aspectos a corto y largo plazo para el mundo entero. «El día del Señor» apunta al juicio de Dios sobre el pecado humano, tanto de inmediato como en el futuro (a lo que Isaías antes se refiriera como «lo postrero de los tiempos» (2:2).

A partir del capítulo 13, se hace referencia a las naciones que rodean a Israel en un amplio grupo profético. En primer lugar, aparece la visión profética de Isaías en relación con los babilonios, quienes, según señala, serán atacados y derrocados por sus vecinos medo-persas, para nunca ya volver a levantarse (versículos 17, 19–22). Luego, el pueblo de Israel tendrá paz y celebrará haberse liberado de los babilonios (14:3–11).

«Las atribulaciones en los capítulos 13 al 23 muestran que Israel conforma solo una parte de una tragedia mayor, “la destrucción de toda la tierra”».

John D.W. Watts, Word Biblical Commentary, Vol. 24: Isaiah 1–33

Esto lleva a una sección tipológica en la que se compara el auge y la caída del gobernante de Babilonia con la historia de Satanás: cómo el ser angélico Heylel se convirtió en el enemigo de Dios (en hebreo, Satan), y cómo él se dirigirá a su destino final: «Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo (véanse los versículos 12 al 21).

En el resto del capítulo 14 y siguiendo hasta el capítulo 19 hay una lista de las naciones circundantes que habrían de recibir el juicio de Dios: Babilonia, Asiria, Filistea, Moab, Siria, Etiopía y Egipto. Pero con el tiempo, según explica Isaías, habrá un acuerdo amistoso entre Egipto, Asiria e Israel en el Medio Oriente: «En aquel tiempo Israel será tercero con Egipto y con Asiria para bendición en medio de la tierra; porque Jehová de los ejércitos los bendecirá diciendo: Bendito el pueblo mío Egipto, y el asirio obra de mis manos, e Israel mi heredad» (19:24–25).

Junto a los ríos de Babilonia por Anthony Vandyke Copley Fielding (1787–1855), acuarela sobre lápiz. El tema de la pintura corresponde al Salmo 137, según el cual los judíos exiliados añoran su tierra natal y Jerusalén en particular.

Destrucción y restauración

A veces, Dios requiere de los profetas que representen las descripciones de las dificultades venideras. Por ejemplo, Isaías caminó desnudo y descalzo por tres años para demostrar el cautiverio que aguardaba a Egipto y a Etiopía en manos de los asirios. Se intentaba con esto advertir a Judá no recurrir a esas naciones por ayuda contra Asiria (capítulo 20).

El venidero castigo profetizado sobre las naciones vecinas al este y al sur se confirma en el capítulo siguiente. Incluye oráculos en contra de Babilonia, Edom y Arabia (capítulo 21). La atención entonces se centra en los pecados de Jerusalén y Judá, y hasta en Sebna, el mayordomo del rey. Luego, Isaías se dirige a otros pueblos vecinos del norte, Tiro y Sidón, los cuales habrán de sufrir por su arrogancia. Setenta años de decadencia vendrán sobre Tiro (capítulo 23), pero finalmente toda la tierra pagará el precio por el pecado (capítulo 24). Y luego vendrá la restauración mundial, cuando el velo del engaño y la maldición de la muerte que ha envuelto a toda la gente se quitará (capítulo 25).

Reexaminando la necesidad de rescate y el fin de los impíos, los siguientes dos capítulos tratan sobre la salvación que Dios ofrece en el contexto del último «día del Señor» y el restablecimiento de Israel a su tierra.

«Dios reafirma su cuidado y protección para Israel, ahora en exilio… Aunque el pueblo se encuentra en nuevas y extrañas circunstancias, es llamado a depender de la paz que Jehová le ofrece».

John D.W. Watts, Word Biblical Commentary, Vol. 24: Isaiah 1–33

Otros dos capítulos regresan al juicio de Dios sobre ambas casas de Israel, la del norte y la del sur, explicando las razones subyacentes. Los del norte se habían dado al orgullo y la embriaguez: «¡Ay de la corona de soberbia de los ebrios de Efraín…!» (28:1). Se señala a Jerusalén por su disposición a cegarse a la obediencia a la voluntad de Dios: «¡Ay de Ariel, de Ariel, ciudad donde habitó David!... ofuscaos y cegaos; embriagaos, y no de vino; tambalead, y no de sidra. Porque Jehová derramó sobre vosotros espíritu de sueño, y cerró los ojos de vuestros profetas; y puso velo sobre las cabezas de vuestros videntes» (29:1, 9–10).

Confiar en la ayuda de Egipto es necedad (30:1–7; 31:1–3). Pero vendrá un día en el cual Israel será restaurado, porque Dios es paciente y misericordioso (30:18–26). Aunque se le permitirá a Asiria atacar, también los asirios sufrirán la derrota en las manos de Dios (versículos 27–31; 31:8–9).

Isaías predice luego un futuro rey piadoso que gobernará con justicia (capítulo 32; 33:17), y un reino que siempre estará en paz (32:16–20). Todas las naciones vendrán a juicio (34:1–4), y la vecina Edom en particular recibirá recompensa (versículos 5–17). Israel se convertirá en un faro de luz y en bendición de Dios, tanto física como espiritualmente (capítulo 35).

La historia de la interacción entre Judá y Asiria se retoma en los capítulos 36 al 39. En el año catorce del rey Ezequías, los invasores, bajo el mando de su rey, Senaquerib, atacaron y capturaron las ciudades fortificadas de Judá (36:1). Según la historia secular, el sitio de Senaquerib tuvo lugar en el año 701, lo cual sugiere que Ezequías ascendió al trono en el año 715. No obstante, la datación interna de la Biblia sugiere una fecha de 729 o 727, lo cual hace del décimo cuarto año de Ezequías el año 715 o 713. La manera de poder conciliar esta discrepancia consiste en considerar si Judá tuvo reyes con reinos concurrentes e Israel tuvo dos reyes al mismo tiempo, uno al oeste del Jordán y el otro al este del río.

Con el relato de este período de la historia de Judá concluye la primera sección del libro de Isaías. La próxima vez examinaremos la segunda, que comprende los capítulos 40 al 66.